Comienzo la andadura de este blog
pocos días después de haber sido concluida la Cumbre del Clima COP25 en Madrid.
Un nuevo y escandaloso fracaso en la necesaria, imprescindible, obligatoria y
urgente necesidad de unión entre todos los países del planeta en el objetivo de
limitar las emisiones de gases de efecto invernadero, principalmente los
derivados del carbono como el CO2.
Se demuestra, como era previsible,
que los intereses económicos de la industria y del modo de vida moderno se
oponen radicalmente al futuro del planeta y de la Humanidad. No es sólo culpa
de los gobiernos opositores y negacionistas del cambio climática, abanderados
por Estados Unidos, China y Rusia, sino de la presión inmanente, chantajista y
amenazadora de la industria energética y de sus financieros.
Lo sabemos y luchamos contra ello
pero, hasta ahora, el dinero manda. Y lleva mandando mucho más tiempo del que
nos atrevemos a recordar. Por eso, traigo a estas páginas un manifiesto escrito
en 1891 por el Jefe de los Indios Seattle destinado al entonces presidente de
los Estados Unidos, Benjamin Harrison, y redactado como respuesta al
ofrecimiento gubernamental de comprar las tierras que los indios habitaban,
supone uno de los más claros y bellos cantos de hermandad del hombre con la
naturaleza. La carta se desarrolla en los siguientes términos:
“El gran jefe de Washington
ha mandado hacernos saber que quiere comprarnos las tierras junto con las
palabras de buena voluntad. Mucho agradecemos este detalle porque de sobras
conocemos la poca falta que les hace nuestra amistad.
Queremos considerar el ofrecimiento,
porque también sabemos de sobra que, si no lo hiciéramos, los rostros pálidos
nos arrebatarían las tierras con armas de fuego.
¿Pero cómo podéis comprar o vender
el cielo o el calor de la tierra? Esta idea nos resulta extraña. Ni el frescor
del aire ni el brillo del agua son nuestros. ¿Cómo podrían ser comprados?
Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. La
hoja verde, la playa arenosa, la niebla en el bosque, el amanecer entre los árboles,
los pardos insectos... son sagradas experiencias y memorias de mi pueblo.
Los muertos del hombre blanco
olvidan su tierra cuando comienzan el viaje a través de las estrellas. Nuestros
muertos, en cambio, nunca se alejan de la tierra, que es la madre. Somos una
parte de ella, y la flor perfumada, el ciervo, el caballo y el águila
majestuosa son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el
calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.
El agua cristalina que cae por los
ríos y arroyuelos no es solamente agua, sino que también representa la sangre
de nuestros antepasados. Si os la vendiésemos, tendréis que recordar que son
sagrados y enseñarlo así a vuestros hijos.
También los ríos son nuestros
hermanos porque nos liberan de la sed, arrastran nuestras canoas, nos procuran
peces. Además, cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos
cuenta los sucesos y memorias de la vida de nuestras gentes, el murmullo de las
aguas es la voz del padre de mi padre. Sí, gran jefe de Washington: los ríos
son nuestros hermanos y sacian nuestra sed, son portadores de nuestras canoas y
alimento de nuestros hijos. Si os vendemos nuestra tierra, tendréis que
recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y
también suyos. Y por lo tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con que se
trata a un hermano.
Por supuesto que sabemos que el
hombre blanco no entiende nuestra forma de ser. Tanto le da un trozo de tierra
que otro, porque no la ve como hermana, sino como enemiga. Cuando ya la ha
hecho suya, la desprecia y sigue caminando.
Deja atrás la tumba de sus padres
sin importarle. Secuestra la vida de sus hijos y tampoco le importa. No le
importan la tumba de sus antepasados ni el patrimonio de sus hijos olvidados.
Trata a su madre la tierra y a su hermano el firmamento como objetos que se
compran, se explotan y se venden como ovejas y cuentas de colores. Su apetito
devora la tierra dejando detrás todo un desierto.
No lo puedo entender. Vuestras
ciudades hieren los ojos del hombre piel roja. Quizá sea porque somos salvajes
y no podemos comprenderlo. No hay un solo sitio tranquilo en las ciudades del
hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda escuchar en la primavera el
despliegue de las hojas o el rumor de las alas de un insecto.
Quizá es que soy un salvaje y no
comprendo bien las cosas. El ruido de la ciudad es un insulto para el oído. Y
yo me pregunto: ‘¿Qué clase de vida tiene el hombre que no es capaz de escuchar
el grito solitario de una garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor
de la balsa?’ Soy piel roja y no lo puedo entender. Nosotros preferimos el
suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor
de este mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con
aromas de pino.
Cuando el último piel roja haya
desaparecido de esta tierra, cuando no sea más que un recuerdo su sombra, como
una nube que pasa por una pradera, entonces todavía estas riberas y estos
bosques estarán poblados por el espíritu de mi pueblo. Porque nosotros amamos
este país como ama el niño los latidos del corazón de su madre.
Si decidiese aceptar vuestra oferta
tendré que poneros una condición: que el hombre blanco considere a los animales
de esta tierra como hermanos. Soy salvaje y no comprendo otro modo de vida.
Tengo vistos millares de búfalos
pudriéndose abandonados en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco
desde un tren en marcha. Soy salvaje y no comprendo como una máquina humeante
puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos sólo para sobrevivir.
¿Qué puede ser el hombre sin los
animales? Si los animales desapareciesen, el hombre moriría en una gran
soledad. Todo lo que le pasa a los animales muy pronto le sucederá también al
hombre. Todas las cosas están ligadas.
Debéis enseñar a vuestros hijos lo
que nosotros hemos enseñado a los nuestros, que la tierra es nuestra madre.
Todo lo que le ocurre a la tierra, le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los
hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos.
De una cosa estamos bien seguros: la
tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra. Todo
va enlazado, como la sangre que une a una familia. El hombre no tejió la trama
de la vida. Él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo.
Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo,
queda exento del destino común. Después de todo quizá seamos hermanos. Ya
veremos.
Sabemos una cosa que quizá el hombre
blanco descubra algún día: nuestro Dios es el mismo Dios. Vosotros podéis
pensar que ahora Él os pertenece, lo mismo que deseáis que nuestras tierras os
pertenezcan. Pero no es así. Él es el Dios de todos los hombres y su compasión
alcanza por igual al piel roja y al hombre blanco. Esta tierra tiene un valor
inestimable para Él y si se daña provocaría la ira del Creador.
También los blancos se extinguirán,
quizás antes que las demás tribus. El hombre no ha tejido la red de la vida.
Sólo es uno de esos hilos y está tentando a la desgracia si osa romper esa red.
Todo está ligado entre sí como la
sangre de una familia. Si ensuciáis vuestro lecho, cualquier noche moriréis
sofocados por vuestros excrementos.
Pero vosotros caminaréis hacia la
destrucción rodeados de gloria y esplendor por la fuerza de Dios, que os trajo
a esta tierra y que por algún designio especial os dio dominio sobre ella y
sobre la piel roja. Ese designio es un misterio para nosotros, pues no
entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes,
se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos
hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables
parlanchines.
¿Dónde está el bosque espeso?...
Desapareció.
¿Dónde está el águila?...
Desapareció.
Así se acaba la vida y sólo nos
queda el recurso de intentar sobrevivir”.
Hola Jesús.
ResponderEliminarNada menos que vergonzoso, qué pena que el ser humano no pueda ponerse de acuerdo en algo tan importante como el futuro de nuestro planeta. Me parece una estupidez como piensan algunos, el dinero sobre la vida.
Gracias por compartir el manifiesto, hermoso, poético, real, así es como todas las personas deberíamos sentir la naturaleza, vivirla de esa manera porque no es nuestra, no como muchos "hombres poderosos" llevan décadas creyendo. Nada de esto nos pertenece.
Abrazos.
✌
Gracias por tu comentario Kathie. Tienes razón, vergüenza e indignación es lo que produce las pantomimas y sarta de mentiras, vaguedades e indecisiones que suponen estas "Cumbres del Clima". Son otros los intereses que mueven el mundo y quienes manejas los hilos permanecen ajenos al futuro que ellos provocan puesto que no vivirán para padecerlo.
ResponderEliminarUn abrazo.