El entorno inmediato se convirtió en un refugio de
luz y de calor; el resplandor de las llamas alcanzaba la vieja fachada de la
ermita medieval, haciendo bailar el aire intermedio con sombras chanceras,
colores cálidos y volátiles pavesas. Los contrafuertes del edificio se cernían
protectores sobre los secretos de los siglos guarecidos en su interior. Las
arquivoltas del pórtico mostraban decoraciones geométricas y florales,
sosteniendo por encima de ellas canecillos, símbolos extraños, rostros humanos
de expresión dramática y burlones animales fantásticos junto con obscenos seres
infernales. El juego de luces y sombras, que iluminaba la roja piedra de la
construcción, otorgaba fantasmal vida a las imágenes.
Al calor del fuego, dispuso unas viandas frugales
sobre su regazo: un mendrugo de pan de hogaza, un chorizo de potente olor, que
ensartó en el extremo de una pelada rama fina y calentó sobre la hoguera, y una
vieja bota de vino, que fue su compañera durante innumerables correrías por la
montaña. Introdujo el embutido cocinado en el pan y, entre bocados del sabroso mendrugo,
y reconfortantes tragos de la bota, se dejó llevar por la tristeza que anidaba
en su alma.
La riqueza de los Caballeros Templarios yacía ahora
olvidada en un remoto paraje de Castilla. Las piedras, y los muertos enterrados
bajo ellas, eran los mudos testigos de la funesta angustia que brotaba de un
cuerpo junto al fuego. Los ojos vidriosos por el agotado llanto de días
precedentes, la garganta seca a pesar del agua fresca de un manantial cercano y
del aterciopelado vino que pasaba a su través; y el corazón muerto para el
mundo de los hombres pues, si cruel era la vida para los pobres, más terrible
había sido la herida causada por familiares, parejas, socios y supuestos
amigos, cuyas lacerantes miradas, mordaces palabras y despreciables actitudes,
habían convertido la afectividad sincera en despiadados puñales que se clavaron
con fiereza en aquél corazón que ahora yacía helado, ajeno al calor de la
hoguera que sólo templaba la piel, pero no penetraba en el alma.
Un día tras otro había trepado por aquellas paredes,
remontando sus lisas placas de roca vertical, aferrándose a las pequeñas
ranuras que representaban la diferencia entre la vida y la muerte. Una escalada
detrás de otra buscando el límite del temple, el final de la suerte, el
agotamiento de la fuerza. Queriendo traspasar la frontera entre el instinto de
supervivencia y el deseo de morir, resultando un trabajo infructuoso en ese
afán, aunque creando un vínculo, mucho mayor de lo que jamás hubiera
sospechado, con el alma profunda del mundo y del Universo.
Se dio la vuelta, colocando la espalda al calor de
la lumbre, y contempló el profundo barranco que se desarrollaba frente a él:
Las paredes de roca que enmarcaban el lugar, el arroyo que serpenteaba por el
fondo, las praderas y los bosques, con la vegetación ondulándose por el gélido
viento procedente de los páramos superiores. Por encima de los muros
verticales, la Vía Láctea surcando el firmamento, engañando sobre la inmensidad
del Cosmos, haciendo creer que aquellos miles de millones de estrellas, que
emitían su luz hacia la noche de la Tierra, suponían el final del inmenso viaje
en la oscuridad del alma. Pero el profundo oscuro estaba todavía más atrás.
Esa idea le generó un vértigo hipnótico. Resultaba
imposible apartar la mirada del abismo infinito que le llamaba con una extraña
sensación cordial. Sintió como si algo emanara de su ser y se expandiera por
las sombras, intimando con el arroyo, con los prados y bosques, con las rocas y
las montañas, con las estrellas y el vacío. Y supo que eso era Lucifer.
Día tras día, escalada tras escalada, con la
desesperación como único motor de su arrojo, le había invocado
persistentemente, consciente de que, si existía ese esquivo personaje, él
constituía la única solución posible para acabar con el terrible drama de su
vida. Pero día tras día, escalada tras escalada, la victoria sobre la roca se
transformaba en un fracaso más que le secaba el último ánimo que le quedaba. Y
la muerte era el destino añorado que no llegaba nunca.
Esa última escalada había sido diferente. Dejó a un
lado la angustia y se unió al viento que recorría el mundo, sintió cómo la
grieta a la que se aferraba era un abrazo del planeta hacia su hijo; el buitre
se acercó a confraternizar con su hermano, el hielo ya no congelaba, sino que resplandecía
marcando el camino; conocía el canto del arroyo porque procedía de sí mismo,
escavó en la tierra con los mirlos, yació en las tumbas de los templarios y
emitió luz como astro refulgente, a través de los eones, para iluminar la noche
de la Tierra. Él era todo, y todo estaba en Lucifer.
Durante un tiempo indefinido, que pudo ser un
instante o todo un siglo, el éxtasis embargó su alma en esa comunión infinita.
Ya no importaba la angustia, ni la vida ni la muerte, todo estaba disuelto más
allá de la conciencia. En ese momento eterno, supo que estaba acompañado y
sabía quién lo acompañaba.
Dejó un sitio en la piedra sobre la que se acomodaba
para que ella se sentara a su lado. Sin abandonar la contemplación de la
Naturaleza, notó un abrazo cálido sobre su hombro y respondió envolviéndola con
su brazo por la cintura. Después notó cómo una abundante melena rozaba su
cuello antes de sentir la cabeza apoyándose sobre él con admirable delicadeza.
Luego oyó una voz dulce y suave:
—Qué bien se está aquí, contigo.
Apretó contra sí la cintura
que sujetaba y recostó con suavidad su cabeza sobre la que ella apoyaba en su
hombro. Sintió un calor reconfortante mientras observaba el Universo bailando,
girando en brazos de ondas gravitacionales y uniéndolo todo en infinitas
membranas multicolores. Percibiendo, tras el profundo oscuro, otros universos y
otras vidas danzantes.
—¿Por qué has tardado tanto
en venir? —Preguntó él, incapaz de desviar la mirada del espectáculo de
comunión eterna.
—Has
sido tú quien ha tardado. Yo he estado aquí siempre —respondió la voz de ella con tono comprensivo.
—¿Y por qué nunca lo he
sabido, hasta ahora?
—Porque no mirabas donde
debías. En tu corazón y en tu mente había amargura y tristeza, y yo no soy ni
amarga ni triste. Había desesperación, y yo nunca desespero. Había deseo de
extinción y yo existo por siempre puesto que la vida y la muerte son irreales.
Giró la cabeza y la miró.
Sabía cómo era, pues había aparecido en sus sueños, jugando con él
cuando era niño, acompañándolo en las fantasías de amores tiernos de la juventud, reconfortándolo en las frustraciones de la madurez. E ignorando siempre la calidez de ese profundo vínculo cuando despertaba a la absurda realidad de lo cotidiano.
cuando era niño, acompañándolo en las fantasías de amores tiernos de la juventud, reconfortándolo en las frustraciones de la madurez. E ignorando siempre la calidez de ese profundo vínculo cuando despertaba a la absurda realidad de lo cotidiano.
Deslizó los dedos de su mano
enredándolos en la morena cabellera, suave y abundante, que le caía hasta los
hombros. Clavó su mirada en aquellos ojos oscuros que reflejaban el firmamento
en danza, estrechando en íntimo vínculo todo cuanto existía. Acarició la
textura de aquella piel suave y sonrosada que formaba su precioso rostro. Quedó
atrapado por la magia de aquellos labios rojos y carnales que reclamaban
insistentes un beso. Y cedió al hechizo, uniendo su boca a la de ella, en un
arrebato místico que trascendía la pasión y el deseo, y se tornaba en la necesidad
imperiosa de unir los corazones en un único ser. Y el tiempo continuó siendo
eterno.
Él era incapaz de pensar con
simpleza en ese momento, pues el pensamiento lo era todo. Se vio obligado a
retornar levemente a la mentalidad humana para poder extraer una idea concreta,
un recuerdo fugaz del anhelo anclado en su memoria para dicho encuentro, pero
el éxtasis vivido resultaba tan intenso que el único deseo que encontró en su
corazón era continuar en ese embelesamiento.
—Quiero ser feliz para
siempre —pronunció como única respuesta.
—Eso significa múltiples
cosas —indicó ella deslizando un dedo sobre los labios de su compañero—, En
primer lugar me pides vida eterna, pues si no, no puedes ser feliz para
siempre. No lo sabes, pera ya eres infinito, aunque tu mente no alcanza a
comprenderlo. Sin embargo, te daré lo que deseas: Vivirás por siempre tal como
te conoces y te comprendes ahora mismo, hasta que desees que tu vida ordinaria
acabe. También me estás pidiendo salud eterna, pues, en tu estado de
conciencia, sin salud es muy difícil ser feliz. Del mismo modo me pides belleza
pues, si no te sientes a gusto contigo, difícilmente encontrarás la felicidad;
y si juntamos salud y belleza, tal y como tú lo entiendes, estamos hablando de
juventud eterna. Así pues, tu deseo de felicidad eterna se traduce en vida,
salud, juventud, belleza y felicidad eterna. Aun así, te prevengo, eso no es
suficiente; pues la felicidad solitaria es harto difícil de conseguir. Luego,
sin saberlo, también me estás pidiendo que incluya en tu deseo a determinadas
personas que compartan tu existencia eterna y feliz, y que también ellos sean
jóvenes, sanos, bellos, felices y eternos. Así pues, te otorgo este don:
vivirás eternamente, con salud, juventud, belleza y felicidad para ti y para
quien tú elijas. ¿Esto te satisface?
—Es todo cuanto deseo
—respondió abrumado por la magnitud del privilegio.
—¿Y qué me darás a cambio?
—Volvió a preguntar ella.
—¿Es aquí donde firmo con
sangre la entrega de mi alma? —Preguntó él a su vez.
Una conspiración internacional, el Gobierno Mundial en la Sombra, agencias de espionaje, poderes financieros, crimen, venganza, amor, muerte y un pacto con Lucifer mientras el destino del planeta y la humanidad está en juego. Los protagonistas, Damian Castellano y Laura Golmayo en un viaje sin retorno a través de Europa y Estados Unidos donde se enfrentarán a los poderes muy reales que dominan el mundo. Tras esta experiencia nada volverá a ser igual en la vida de los protagonistas. Idioma: Español. 458 páginas. La puedes conseguir gratis en el programa de Kindleunlimited o por sólo 3,99 € en ebook. También disponible en papel tapa blanda por 19,76 €
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