jueves, 19 de diciembre de 2019

EXTRACTO DE LA CONSPIRACIÓN DE LUCIFER, CONTINUACIÓN DEL CAPÍTULO 11 (1)

Tras una hora de caminata alcanzó el modesto campamento. Cogió un raído forro polar del maletero del Lada Niva y, sentándose después en una losa de piedra junto al extinto hogar, se dedicó durante un rato a encender nuevamente el fuego, tomando leña del montón acumulado a su derecha y una arrugada hoja de periódico atrasado, que introdujo entre las ramas y encendió con su viejo Zippo. El fuego comenzó a saltar del papel a los ramajos más finos, que crepitaron soltando chispas, y de estos a los troncos gruesos e irregulares recolectados durante la mañana a los pies de los árboles viejos.
El entorno inmediato se convirtió en un refugio de luz y de calor; el resplandor de las llamas alcanzaba la vieja fachada de la ermita medieval, haciendo bailar el aire intermedio con sombras chanceras, colores cálidos y volátiles pavesas. Los contrafuertes del edificio se cernían protectores sobre los secretos de los siglos guarecidos en su interior. Las arquivoltas del pórtico mostraban decoraciones geométricas y florales, sosteniendo por encima de ellas canecillos, símbolos extraños, rostros humanos de expresión dramática y burlones animales fantásticos junto con obscenos seres infernales. El juego de luces y sombras, que iluminaba la roja piedra de la construcción, otorgaba fantasmal vida a las imágenes.
Al calor del fuego, dispuso unas viandas frugales sobre su regazo: un mendrugo de pan de hogaza, un chorizo de potente olor, que ensartó en el extremo de una pelada rama fina y calentó sobre la hoguera, y una vieja bota de vino, que fue su compañera durante innumerables correrías por la montaña. Introdujo el embutido cocinado en el pan y, entre bocados del sabroso mendrugo, y reconfortantes tragos de la bota, se dejó llevar por la tristeza que anidaba en su alma.
La riqueza de los Caballeros Templarios yacía ahora olvidada en un remoto paraje de Castilla. Las piedras, y los muertos enterrados bajo ellas, eran los mudos testigos de la funesta angustia que brotaba de un cuerpo junto al fuego. Los ojos vidriosos por el agotado llanto de días precedentes, la garganta seca a pesar del agua fresca de un manantial cercano y del aterciopelado vino que pasaba a su través; y el corazón muerto para el mundo de los hombres pues, si cruel era la vida para los pobres, más terrible había sido la herida causada por familiares, parejas, socios y supuestos amigos, cuyas lacerantes miradas, mordaces palabras y despreciables actitudes, habían convertido la afectividad sincera en despiadados puñales que se clavaron con fiereza en aquél corazón que ahora yacía helado, ajeno al calor de la hoguera que sólo templaba la piel, pero no penetraba en el alma.
Un día tras otro había trepado por aquellas paredes, remontando sus lisas placas de roca vertical, aferrándose a las pequeñas ranuras que representaban la diferencia entre la vida y la muerte. Una escalada detrás de otra buscando el límite del temple, el final de la suerte, el agotamiento de la fuerza. Queriendo traspasar la frontera entre el instinto de supervivencia y el deseo de morir, resultando un trabajo infructuoso en ese afán, aunque creando un vínculo, mucho mayor de lo que jamás hubiera sospechado, con el alma profunda del mundo y del Universo.
Se dio la vuelta, colocando la espalda al calor de la lumbre, y contempló el profundo barranco que se desarrollaba frente a él: Las paredes de roca que enmarcaban el lugar, el arroyo que serpenteaba por el fondo, las praderas y los bosques, con la vegetación ondulándose por el gélido viento procedente de los páramos superiores. Por encima de los muros verticales, la Vía Láctea surcando el firmamento, engañando sobre la inmensidad del Cosmos, haciendo creer que aquellos miles de millones de estrellas, que emitían su luz hacia la noche de la Tierra, suponían el final del inmenso viaje en la oscuridad del alma. Pero el profundo oscuro estaba todavía más atrás.
Esa idea le generó un vértigo hipnótico. Resultaba imposible apartar la mirada del abismo infinito que le llamaba con una extraña sensación cordial. Sintió como si algo emanara de su ser y se expandiera por las sombras, intimando con el arroyo, con los prados y bosques, con las rocas y las montañas, con las estrellas y el vacío. Y supo que eso era Lucifer.
Día tras día, escalada tras escalada, con la desesperación como único motor de su arrojo, le había invocado persistentemente, consciente de que, si existía ese esquivo personaje, él constituía la única solución posible para acabar con el terrible drama de su vida. Pero día tras día, escalada tras escalada, la victoria sobre la roca se transformaba en un fracaso más que le secaba el último ánimo que le quedaba. Y la muerte era el destino añorado que no llegaba nunca.
Esa última escalada había sido diferente. Dejó a un lado la angustia y se unió al viento que recorría el mundo, sintió cómo la grieta a la que se aferraba era un abrazo del planeta hacia su hijo; el buitre se acercó a confraternizar con su hermano, el hielo ya no congelaba, sino que resplandecía marcando el camino; conocía el canto del arroyo porque procedía de sí mismo, escavó en la tierra con los mirlos, yació en las tumbas de los templarios y emitió luz como astro refulgente, a través de los eones, para iluminar la noche de la Tierra. Él era todo, y todo estaba en Lucifer.
Durante un tiempo indefinido, que pudo ser un instante o todo un siglo, el éxtasis embargó su alma en esa comunión infinita. Ya no importaba la angustia, ni la vida ni la muerte, todo estaba disuelto más allá de la conciencia. En ese momento eterno, supo que estaba acompañado y sabía quién lo acompañaba.
Dejó un sitio en la piedra sobre la que se acomodaba para que ella se sentara a su lado. Sin abandonar la contemplación de la Naturaleza, notó un abrazo cálido sobre su hombro y respondió envolviéndola con su brazo por la cintura. Después notó cómo una abundante melena rozaba su cuello antes de sentir la cabeza apoyándose sobre él con admirable delicadeza. Luego oyó una voz dulce y suave:
—Qué bien se está aquí, contigo.
Apretó contra sí la cintura que sujetaba y recostó con suavidad su cabeza sobre la que ella apoyaba en su hombro. Sintió un calor reconfortante mientras observaba el Universo bailando, girando en brazos de ondas gravitacionales y uniéndolo todo en infinitas membranas multicolores. Percibiendo, tras el profundo oscuro, otros universos y otras vidas danzantes.
—¿Por qué has tardado tanto en venir? —Preguntó él, incapaz de desviar la mirada del espectáculo de comunión eterna.
Has sido tú quien ha tardado. Yo he estado aquí siempre —respondió la voz de ella con tono comprensivo.
—¿Y por qué nunca lo he sabido, hasta ahora?
—Porque no mirabas donde debías. En tu corazón y en tu mente había amargura y tristeza, y yo no soy ni amarga ni triste. Había desesperación, y yo nunca desespero. Había deseo de extinción y yo existo por siempre puesto que la vida y la muerte son irreales.
Giró la cabeza y la miró. Sabía cómo era, pues había aparecido en sus sueños, jugando con él
cuando era niño, acompañándolo en las fantasías de amores tiernos de la juventud, reconfortándolo en las frustraciones de la madurez. E ignorando siempre la calidez de ese profundo vínculo cuando despertaba a la absurda realidad de lo cotidiano.
Deslizó los dedos de su mano enredándolos en la morena cabellera, suave y abundante, que le caía hasta los hombros. Clavó su mirada en aquellos ojos oscuros que reflejaban el firmamento en danza, estrechando en íntimo vínculo todo cuanto existía. Acarició la textura de aquella piel suave y sonrosada que formaba su precioso rostro. Quedó atrapado por la magia de aquellos labios rojos y carnales que reclamaban insistentes un beso. Y cedió al hechizo, uniendo su boca a la de ella, en un arrebato místico que trascendía la pasión y el deseo, y se tornaba en la necesidad imperiosa de unir los corazones en un único ser. Y el tiempo continuó siendo eterno.
—¿Qué quieres de mí si tanto insistías en verme? —Preguntó ella cuando aflojaron el abrazo.
Él era incapaz de pensar con simpleza en ese momento, pues el pensamiento lo era todo. Se vio obligado a retornar levemente a la mentalidad humana para poder extraer una idea concreta, un recuerdo fugaz del anhelo anclado en su memoria para dicho encuentro, pero el éxtasis vivido resultaba tan intenso que el único deseo que encontró en su corazón era continuar en ese embelesamiento.
—Quiero ser feliz para siempre —pronunció como única respuesta.
—Eso significa múltiples cosas —indicó ella deslizando un dedo sobre los labios de su compañero—, En primer lugar me pides vida eterna, pues si no, no puedes ser feliz para siempre. No lo sabes, pera ya eres infinito, aunque tu mente no alcanza a comprenderlo. Sin embargo, te daré lo que deseas: Vivirás por siempre tal como te conoces y te comprendes ahora mismo, hasta que desees que tu vida ordinaria acabe. También me estás pidiendo salud eterna, pues, en tu estado de conciencia, sin salud es muy difícil ser feliz. Del mismo modo me pides belleza pues, si no te sientes a gusto contigo, difícilmente encontrarás la felicidad; y si juntamos salud y belleza, tal y como tú lo entiendes, estamos hablando de juventud eterna. Así pues, tu deseo de felicidad eterna se traduce en vida, salud, juventud, belleza y felicidad eterna. Aun así, te prevengo, eso no es suficiente; pues la felicidad solitaria es harto difícil de conseguir. Luego, sin saberlo, también me estás pidiendo que incluya en tu deseo a determinadas personas que compartan tu existencia eterna y feliz, y que también ellos sean jóvenes, sanos, bellos, felices y eternos. Así pues, te otorgo este don: vivirás eternamente, con salud, juventud, belleza y felicidad para ti y para quien tú elijas. ¿Esto te satisface?
—Es todo cuanto deseo —respondió abrumado por la magnitud del privilegio.
—¿Y qué me darás a cambio? —Volvió a preguntar ella.

—¿Es aquí donde firmo con sangre la entrega de mi alma? —Preguntó él a su vez.


Una conspiración internacional, el Gobierno Mundial en la Sombra, agencias de espionaje, poderes financieros, crimen, venganza, amor, muerte y un pacto con Lucifer mientras el destino del planeta y la humanidad está en juego. Los protagonistas, Damian Castellano y Laura Golmayo en un viaje sin retorno a través de Europa y Estados Unidos donde se enfrentarán a los poderes muy reales que dominan el mundo. Tras esta experiencia nada volverá a ser igual en la vida de los protagonistas. Idioma: Español. 458 páginas. La puedes conseguir gratis en el programa de Kindleunlimited o por sólo 3,99 € en ebook. También disponible en papel tapa blanda por 19,76 €


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LA CONSPIRACIÓN DE LUCIFER. UNA NOVELA DE CONCIENCIACIÓN PLANETARIA