lunes, 23 de diciembre de 2019

EL GRITO DE LA TIERRA-EL TABÚ DEMOGRÁFICO

En 1995 publiqué mi libro "EL GRITO DE LA TIERRA" dedicado a describir la problemática ecológica que, en ese momento ya era extraordinariamente alarmante. Sé que el título de mi libro ha sido repetido en otro volumen de similar temática publicado por Ramón Tamames y, además, en una novela superventas de Sarah Lark. Pero yo soy el único que tiene dicho título registrado desde aquella época (Registro de la Propiedad Intelectual 2054, Asturias). Lamentablemente, de este libro realicé una distribución muy restringida destinada a un grupo de personas concretas. Polémicas al margen, traigo a este blog el capítulo 6 completo, centrado en el que considero que es el principal problema para la sostenibilidad del planeta y la sociedad: el incremento demográfico exponencial de la humanidad. Todos los datos que aparecen en este texto, ya espeluznantes en su momento, ahora han sido ampliamente superados, pero siguen siendo vigentes en cuanto a la descripción y evolución de la problemática ecológica. Por ejemplo, en el momento de escribir dicho capítulo la población mundial rondaba los 6000 millones de personas, ahora se aproxima a los 8000 millones. No le costará a los lectores realizar una extrapolación de las cifras ofrecidas en el texto a una proyección más actual. Sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido desde su publicación original, veinticuatro años, considero que este texto es completamente vigente en su planteamiento y en la mayoría de datos ofrecidos, y que su lectura ayudará a comprender en buena medida una gran parte de la problemática actual en materia de medio ambiente. En este tiempo no hemos cambiado tanto.


6. EL TABÚ DEMOGRÁFICO

El cultivo de protozoos.

            En cierta ocasión, no hace mucho tiempo, planteé a un amigo economista la cuestión de un necesario cambio en las estructuras sociales, políticas y económicas del mundo civilizado, un cambio basado en la reintegración en la homeostasis planetaria, en la imprescindible reducción del crecimiento demográfico, y la transmutación de valores en cuanto al concepto de bienestar social; un cambio de mentalidad que, definitivamente, eliminara la sobreexplotación de los recursos planetarios. Su respuesta no se hizo esperar: - “¡Pretendes entonces que volvamos a la selección natural! No es posible realizar tales cambios sin retornar a un estado de primitivismo y barbarie; la única solución consiste en mejorar los sistemas productivos, en maximizar la producción y minimizar los costes; necesitamos calefacción, necesitamos agua para lavarnos, necesitamos comer algo más que pasto...”- Su respuesta fue un completo repaso a las “necesidades ineludibles” del hombre moderno, y a las cosas a las que no estaba dispuesto a renunciar: un coche para desplazarse al centro de trabajo, un televisor para adquirir cultura e informarse de los acontecimientos del mundo, un ordenador que ahorra tiempo y gastos, ropa adecuada para desenvolverse en su ambiente laboral, académico y social, lugares de esparcimiento para después de la tarea diaria...
            Sin embargo, en contra de la opinión de mi amigo, y volviendo contra él su propio argumento, la selección natural es la fuerza que actuará para eliminarnos de la faz de la Tierra si no cambiamos nuestro modo de vida. Cuando una especie depredadora y no depredada prolifera sin límite, consume con creciente voracidad, y envenena lo poco que deja de su hábitat, termina por extinguirse. Hagan la prueba con un cultivo de protozoos en un recipiente cerrado; una especie de entre ellos, generalmente paramecios, se desarrollará a costa de las demás especies, no parará hasta exterminarlas y, posteriormente, sucumbirán los propios paramecios en un agua pestilente; la única especie que suele resistir y sobrevivir a la muerte del paramecio es la cianobacteria, pero ésta también desaparecerá al cabo de un tiempo. Y la Tierra es un ecosistema cerrado con un margen de equilibrio sumamente estrecho: pocos grados de temperatura arriba o abajo, pocas oscilaciones en la presión, poca diferencia en la composición química de los organismos, unos límites establecidos en las concentraciones de gases atmosféricos...
            Una alteración substancial de cualquiera de los factores en los que se desenvuelve el sistema biológico terrestre conlleva una variación en el resto de factores, lo que supone cambios tan drásticos que, o se realizan en un espacio de tiempo suficientemente amplio, o las especies biológicas no tienen tiempo de adaptarse a las nuevas circunstancias, y si alguna de ellas lo consigue, serán las cianobacterias -o las ratas-, no el hombre. Este proceso recibe un nombre: Selección Natural. No podemos volver a ella porque no hemos escapado de su influencia. La gran paradoja consiste en olvidarla en aras de la implantación del modo de vida occidental.
            Somos hombres modernos y vivimos consecuentemente con nuestra época; trabajamos cuarenta horas semanales, con un período vacacional de dos, tres o cuatro semanas al año; ganamos un sueldo que nos permite adquirir alimento, vestido, cultura y esparcimiento; y esto nos hace sentirnos orgullosos de nuestra estirpe. No vivir así sería un retorno al primitivismo y la barbarie; sin embargo, cualquier individuo de las antiguas sociedades de cazadores-recolectores encontraría estas condiciones de vida absolutamente inaceptables. Aún hoy subsisten algunos grupos humanos con este primitivo modo de vida y, en el peor de los casos, no trabajan más de veinte horas por semana en la época de mayor actividad, y durante meses enteros no trabajan en absoluto.
            Cuando en el siglo XVIII, James Cook viajaba por la Polinesia, se maravilló de que en cada familia de indígenas sólo trabajara uno de sus miembros, y durante unas dos horas diarias, para mantener a todo el grupo. Su abundante tiempo de ocio era utilizado en actividades lúdicas, culturales, deportes, juegos, danzas, ceremonias, música, arte, historia, relaciones con los vecinos y otros familiares, y demás “pérdidas de tiempo” similares. Este estilo de vida, no sólo en aquellas extintas sociedades, sino también en las que aún subsisten a pesar de las interferencias del Homo occidentalis, les lleva a fundamentar su relación en el reparto equitativo y el intercambio, y esto les permite vivir saludablemente, gracias a una dieta equilibrada y nutritiva, sin ayuda de la medicina moderna, a lo largo de más de seis o siete décadas.
            Pero los valores han cambiado; el buen salvaje ha sido abocado casi a la desaparición, al aislamiento en los inhóspitos desiertos de África, Asia y Australia, o en los más recónditos parajes del altiplano andino, o en las inexpugnables selvas de Oceanía. Y aquí estamos, con nuestras luchas laborales o por laborar, con nuestra alimentación prefabricada, precocinada y predigerida, con nuestros coches, nuestro petróleo, nuestros humos, nuestras prisas, nuestra histeria... y nuestra sanidad, paradigma de la insania. Hemos enfermado al organismo Gaia, pero el cáncer partió de nosotros y en nosotros se manifiesta a todos los niveles: somos enfermos sociales, mentales y físicos; somos enfermos autolesionados, automutilados y autoenloquecidos: Sí hay peor ciego que el que no quiere ver, es el que se arranca los ojos; y el enfermo de cáncer de pulmón que sigue fumando, y el cirrótico que se sigue alcoholizando, y el que quema su casa pretendiendo seguir viviendo en ella con las mismas comodidades que antes poseía. Estamos enfermos, seriamente enfermos y, como células cancerosas, nos multiplicamos por doquier.

¿Quién se acuerda de Malthus?

            Existen numerosos problemas medioambientales generados por la humanidad, ya enumerados, siquiera esquemáticamente, en el capítulo anterior; sin embargo, el principal problema que afecta al planeta se basa en la proliferación de la única especie depredadora y no depredada. Ya en 1968, el biólogo americano Paul Ehrlich nos ponía en alerta sobre una bomba más peligrosa que la nuclear: la bomba “P” de población, volviendo a ello en 1993 con su libro “La Explosión Demográfica”[1], considerando que la proliferación humana es el principal camino para la propia autodestrucción de la especie. Este dato, sin embargo, pocas veces se ha planteado en serio, y tan solo a finales del siglo XX ha sido tenido en consideración en los foros internacionales. Uno de los motivos de este “olvido” premeditado, arranca en el comienzo de la Era Industrial, dado que el poder económico siempre buscó los medios para procurarse mano de obra barata, por lo que primero fomentó, después ocultó, falseo y, finalmente, desvió al Tercer Mundo los alarmantes datos sobre el crecimiento demográfico, dado que este mismo crecimiento es garantía de que dicha mano de obra le va a sobrar.
            El primer estudioso de la demografía fue Thomas R. Malthus, quien en su estudio “An Essay on the Principle of Population”[2] manifiesta la contradicción existente entre el crecimiento en régimen geométrico de la población humana y la progresión aritmética de la creación y explotación de recursos alimentarios; para Malthus, “La raza humana crece según la progresión 1,2,4,8,16,32..., mientras que los medios de subsistencia crecen según la progresión 1,2,3,4,5,6. Dentro de dos siglos, la población y los medios de subsistencia estarán en una relación de 256 a 9; dentro de dos mil años, la diferencia será inmensa e incalculable. Puede concluirse que el obstáculo primordial para el aumento de la población es la falta de alimentos, que procede de la diferencia entre los ritmos de crecimiento respectivos de la población y la producción”. Este tema fue desarrollado y matematizado poco después por el belga Pierre Françoise Verhulst[3] enunciando la conocida expresión matemática en forma de una curva logística, que no fue tenida en cuenta hasta mucho más tarde cuando, en 1920, fue redescubierta por el americano Raymond Pearl[4].
            Se calcula que hace 10.000 años, esto es, solamente unas 400 generaciones atrás, coincidiendo con el descubrimiento de la agricultura, la población humana rondaba los 5 millones de personas[5]; en la época de Jesucristo el total de población se estima entre 200 y 250 millones; en 1650 aún no sobrepasaba los 500 millones, y un siglo más tarde, en 1750, rondaba los 700 millones. En 1850, los albores de la Era Industrial, la humanidad ya se había situado en 1.100 millones de personas, y desde aquí el índice de crecimiento se disparó a los 2.500 millones a mitad del siglo siguiente, 4.000 millones en 1975 y los 6.000 millones de finales del siglo XX. De estos datos se infiere que la gran mayoría de la explosión demográfica se produjo a partir del comienzo de la Era Industrial, lo que supone el uno por ciento de la historia del hombre. La tasa de crecimiento que la población humana ha seguido durante los últimos 50 años ha oscilado entre el 1,7 y el 2,1 por ciento anual, con un tiempo de duplicación de unos cuarenta años. La cifra que no hace mucho se consideraba astronómica de 12.000 millones de habitantes, se anuncia despreocupadamente para el año 2050; con el agravante de que, para comienzos del siglo XXI, “vamos a convertirnos en 8.000 millones de personas, con más de 10.000 millones de cabezas de ganado y 6.000 millones de aves de corral”[6].
            Estos datos quizá puedan comprenderse en toda su magnitud si los consideramos del siguiente modo: Hubieron de transcurrir unos 2 millones de años para que la población humana alcanzara la cifra de 1.000 millones de habitantes. Para duplicar esta cantidad y alcanzar los 2.000 millones sólo hicieron falta cien años. En apenas treinta años, los transcurridos entre 1930 y 1960, se alcanzaron los 3.000 millones, y en 15 años más, desde 1960 hasta 1975, la población se situó en los 4.000 millones[7].
            Si los datos aportados los consideramos a nivel regional, resultan abrumadores: Nigeria posee en la actualidad unos 100 millones de habitantes, pero su índice de crecimiento demográfico los situará a mediados del siglo XXI en 532 millones. Para el año 2010, la India alcanzara unos 1700 millones de habitantes; y de los 82 millones que actualmente posee México, dentro de veinticinco años sobrepasará los 200 millones[8]. Desde luego, y parafraseando a Keneth Boulding, “quien crea que el crecimiento exponencial puede durar eternamente en un mundo limitado, o es un loco o es un economista”.
            La primera conferencia que Naciones Unidas realizó sobre el tema de la población, se llevó a cabo en Bucarest, en 1974, reconociendo la importancia de facilitar el acceso a los medios de planificación familiar para controlar el crecimiento demográfico. Posteriormente, durante la Segunda Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo, celebrada en El Cairo en Septiembre de 1994, las 179 delegaciones asistentes establecieron un plan para situar la población mundial en el año 2050 entre los 7.900 y los 9.900 millones de personas, cifra que los asistentes consideraron sostenible para el régimen de producción del planeta. Se insistió en esta conferencia en la divulgación y expansión de los sistemas de planificación familiar, así como la potenciación del combate contra el analfabetismo femenino, pues, en palabras de Kaval Gulhati, “Mientras la mujer no pueda administrar ni controlar su propia fertilidad, no podrá administrar ni controlar su propia vida”[9]. Esta idea sobre el papel primordial de la mujer en el control de la población mundial, aunque evidente, no ha sido producto de una reciente concienciación social sobre el problema, sino el resurgir de los planteamientos expuestos a principios de siglo por los anarquistas neomaltusianos y anarconaturistas[10], para quienes la mujer era el eje del que dependía la realización de sus teorías de transformación de la sociedad.

Los síntomas de la insostenibilidad.

            En esta conferencia de El Cairo se consideraron tres límites para la expansión humana: el agua dulce, los niveles de contaminación y la producción de alimentos; pero este planteamiento indujo a pensar a la mayoría de los asistentes que el agua dulce podría ser producida a partir de la marina mediante una evolución de la tecnología; que la contaminación podría verse reducida a límites aceptables, y que la producción de alimentos mejoraría substancialmente mediante la correcta utilización de la “Revolución verde”[11] y la ingeniería genética.
            Desgraciadamente, aún considerando la importancia de los tres puntos expuestos por la conferencia de El Cairo, los límites que se oponen a la proliferación humana son mucho más numerosos, y no menos importantes; Lester R. Brown[12] nos hace un minucioso recuento de ellos:

            “Los síntomas ecológicos de la insostenibilidad son, entre otros, la disminución de la superficie de los bosques, la reducción del espesor de los suelos, la reducción de los acuíferos, el agotamiento de los bancos de pesca, la ampliación de los desiertos y la elevación de las temperaturas globales. Entre los síntomas económicos figuran el declive económico, la disminución de las rentas, el aumento del desempleo, la inestabilidad de los precios y la pérdida de confianza de los inversores. Entre los síntomas políticos y sociales figuran el hambre, la malnutrición, y, en casos extremos, la hambruna masiva; los refugiados por motivos ambientales y económicos, los conflictos sociales según pautas étnicas, tribales, religiosas; los disturbios y las insurrecciones. A medida que las tensiones se acumulan en los sistemas políticos, los gobiernos se debilitan, pierden su capacidad para gobernar y prestar servicios básicos como la protección policial. En este punto, el estado-nación se desintegra, sustituido por una estructura social feudal gobernada por los señores de la guerra locales, como en Somalia, que hoy es un estado-nación sólo nominalmente”.

            El vaticinado descenso en los niveles de agua potable a nivel mundial no se está haciendo esperar; el aumento de los desiertos es un hecho patente y demostrado en gran cantidad de países, y las lluvias torrenciales que ocasionalmente pueden caer sobre un terreno desertizado no hacen sino agravar el problema, al arrastrar el escaso suelo productivo que podía quedar en el lugar. Las regiones situadas al norte de la India están sufriendo un descenso en el nivel freático de entre 1 y 6 metros anuales, esto es, cada año han de buscar el agua a mayor profundidad, con lo que el caudal extraído resulta considerablemente más bajo. En las regiones que rodean las principales ciudades chinas, el abastecimiento de agua para usos agrícolas está seriamente restringido, y en los alrededores de Pekín, absolutamente prohibido. En 1989, los acuíferos que abastecían Pekín y Tianjin se hallaban vacíos[13]. En total, unas 300 ciudades chinas padecen serias restricciones, y en 100 de ellas la situación es insostenible. Se prevé que, a finales del siglo XX, 450 de las 644 ciudades chinas padecerán escasez de agua. También en el continente americano, el desvío de caudales de uso agrícola en Arizona, para abastecer ciudades como Tucson o Phoneix, ha abocado a amplias regiones a la desertización y a su abandono por parte de los agricultores[14]. Un estudio realizado en 1986[15] manifestaba que unos 230 millones de personas se hallaban afectadas directamente por el problema de la desertización, la mayoría de ellas en países del Tercer Mundo. En definitiva, cada vez disponemos de menos agua potable para abastecernos; por desgracia, tanto políticos, como economistas e ingenieros sostienen a ultranza una opinión ridícula: Siempre se podrán construir más embalses.
            Los recursos alimentarios suponen un problema del que en el mundo occidental no parecemos ser conscientes. La degradación a que hemos sometido al medio ambiente supone que, en países como Haití, el 98 por ciento de sus bosques hayan sido talados para generar tierras de cultivo, y el suelo se ha degradado hasta tal punto que a comienzos de la década de los 90 la producción de cereales era un tercio inferior que la recolectada a mediados de los 70. El milagro de la Revolución verde supuso un máximo mundial de producción de alimentos en 1984; desde entonces, y aún considerando el desarrollo de las técnicas agropecuarias, la producción no ha cesado de disminuir a un ritmo significativo; por ejemplo, en 1988 la cosecha mundial de cereales fue un 10 por ciento inferior a la registrada dos años antes, y continuará disminuyendo inevitablemente mientras la degradación ambiental continúe. En la India, la producción de cereal fue en aumento  entre 1965 y 1983, momento en el que empezó a perder impulso, dado que el 40 por ciento de su suelo cultivable se degradó totalmente a causa de la sobreexplotación[16]; se ha calculado que el país sufre una erosión que supone una pérdida anual de 6.000 millones de toneladas de suelo, de donde se infiere que cada año unos 20.000 km2 de tierras cultivables son diluidos en las aguas marinas[17]. El suelo se está degradando a nivel mundial en valores que se sitúan entre 24.000 y 26.000 millones de toneladas anuales[18].
            A pesar de la Revolución verde, 1972 supuso una excepción en la producción de alimentos, debido a una desastrosa cosecha mundial causada por las débiles lluvias monzónicas que se registraron aquel año; la consecuente escasez de alimentos obligó a la Unión Soviética a adquirir toneladas de cereales en el mercado mundial a fin de compensar dicha falta de producción, lo que supuso que la India no pudiera competir en la adquisición de los víveres, motivando una hambruna que afectó principalmente a las estados más pobres de la nación: Uttar Pradesh, Bihar y Orissa, causando más de 800.000 defunciones[19]. El ganado también se resiente en gran medida de la escasez de producción agrícola; en otros estados de la India, como Karnataka y Rajastán, la producción de pastos permite alimentar solamente entre el 50 y el 80 por ciento de los rebaños[20]; muchos animales padecen desnutrición, y centenares de miles mueren durante las sequías. También en Estados Unidos, la abundancia de ganado excede a la capacidad de los pastos, siendo éstos devorados más rápidamente de lo que crecen; y en el cono sur africano, el ganado supera a la capacidad de los pastos en una proporción entre un 50 y un 100 por cien[21].
            Otro problema fundamental en la producción de recursos alimenticios para una población creciente se origina en el descenso de las capturas marinas, cuyos primeros síntomas se hicieron notar en la década comprendida entre 1970 y 1980. La solución impuesta a esta disminución de las capturas consistió en aumentar la capacidad de las flotas pesqueras. Según la FAO, entre 1970 y 1990 se produjo un incremento de las flotas que pasó de 585.000 a 1.200.000 barcos de gran tamaño. Chris Newton, analista de pesca de la FAO comenta que “podríamos volver a la magnitud de la flota pesquera de 1970 sin que nuestra situación fuese peor: capturaríamos el mismo volumen de pesca”[22]; lo cual implica que la capacidad de pesca de la flota da la mayoría de los países es excesiva. En Noruega se calcula que sobra el 60 por ciento de su flota para realizar las capturas anuales que tiene establecidas; en la Unión Europea, este exceso se cifra en el 40 por ciento[23].
            El mantenimiento de las flotas actuales con los reducidos niveles de capturas que se obtienen, redunda en un aumento de los precios del pescado, problema que se agrava con la esquilmación de los caladeros y la contaminación que destruye su productividad. Finalmente, ni siquiera la subida de los precios puede mantener lo que se manifiesta como un desastre económico, y aboca al desempleo de gran cantidad de gentes que se dedican a esta industria: En Terranova, el radical descenso de las capturas de bacalao y abadejo ha supuesto el despido de unas 30.000 personas directa o indirectamente relacionadas con el sector; en todo Canadá, el número de personas abocadas al desempleo por esta causa se sitúa en torno a las 50.000[24]. En la región de Nueva Inglaterra, son unas 20.000 las personas afectadas[25]. La industria del salmón en el Pacífico estadounidense ha reducido su personal en 60.000 personas[26]; y la región de Guangdong, principal provincia pesquera de China, ha registrado un descenso de unos 14.000 empleos en las pesquerías[27]. También la Unión Europea está sufriendo una crisis sin precedentes que obliga a continuas reconversiones en el sector. Los ejemplos son numerosos y pueden buscarse en todo el mundo.
            El agotamiento de los caladeros se agrava con el problema de la contaminación a que se les somete, sobre todo en los mares interiores o escasamente abiertos, y en los estuarios costeros. El mar de Aral, por ejemplo, permitía una producción de 44.000 toneladas anuales; sin embargo, el agua de los ríos que desembocaban en él ha sido desviada para abastecer zonas de regadío, causando una drástica disminución del volumen de agua almacenado en dicho mar, y aumentando enormemente su concentración salina hasta el punto de acabar con las 24 especies comerciales que se capturaban[28], lo que ha dejado sin trabajo a unas 60.000 personas[29]. La captura de esturiones en el mar Caspio ha disminuido al equivalente del uno por ciento de lo que se capturaba hace cincuenta años[30]. Los vertidos realizados por los ríos Danubio, Dniéster y Dniéper en el mar Negro, arrojando los contaminantes producidos por gran parte de Europa ha reducido el número de especies comerciales de 30 a 5, disminuyendo las capturas desde 700.000 toneladas a 100.000 toneladas en la actualidad[31]. En las costas de China se realiza anualmente una descarga de 15.140 millones de toneladas de basuras y 45.500 millones de toneladas de residuos industriales[32], acabando con las importantes reservas pesqueras de la región. Las basuras y desechos arrojados a todos los mares del mundo son tan abundantes, que hasta dos millones de aves marinas, y unos 100.000 mamíferos marinos mueren anualmente por la ingesta de residuos plásticos o por enmarañarse con ellos; se han recogido tortugas de mar, lobos marinos y focas asfixiados con bolsas de plástico, estrangulados con mallas del mismo material, o ahogados por recipientes abandonados[33]. Esta situación del sector pesquero se traduce en que, mientras la demanda siga en aumento a causa del crecimiento demográfico, un mayor número de personas deberá competir por un recurso cada vez más escaso, ocasionando un incremento constante en los precios del pescado, lo que supone que su consumo será más reducido entre las clases menos adineradas o, como siempre, en los países más pobres.
            Lo cierto es que pescadores, agricultores y ganaderos deben producir alimentos para cien millones más de bocas cada año, con unos caladeros en franca regresión, y con 126 millones de toneladas menos de suelo cultivable; en consecuencia, cada vez son más personas las que compiten por los alimentos y cada vez es un porcentaje menor el que puede adquirirlos: el hambre es inevitable. Desde 1968 han muerto más de 200 millones de personas a causa del hambre, la malnutrición y las enfermedades que ocasiona; la mayoría de estas muertes se han producido entre la población infantil[34]; unos 40.000 niños mueren diariamente por esta causa.
            Aunque estos datos de mortandad son estimados por fuentes en teoría fiables, el cálculo de personas muertas por el hambre es poco menos que imposible; los gobiernos se ocupan de falsear las cifras reales al publicar sus estadísticas, con el fin de exculparse respecto a la tragedia. El procedimiento es fácil dado que el hambre no supone una causa de muerte, sino que ésta viene motivada por las enfermedades que hacen mella en un cuerpo desnutrido, debilitado y con un sistema inmunológico deficiente; esto permite disimular los datos aduciendo defunciones causadas por diarrea, sarampión, neumonía, o cualquier otra infección, sin entrar en el origen de estos males, lo que supondría reconocer la incompetencia manifiesta de los gobernantes.
            Esta situación es especialmente alarmante en África pues, aunque el hambre es un mal que afecta a todo el mundo, es en este continente donde, desde hace unas dos décadas, se producen periódicamente terribles hambrunas masivas; de hecho, durante la década de los 80 murieron más de cinco millones de niños[35], la quinta parte de los nacidos durante aquel período. Como contrapartida, si todo el mundo tuviera los mismos hábitos alimenticios que los norteamericanos, ni aún con la cosecha récord de 1985 y 1986 se podría sustentar a la mitad de la población mundial[36].
            Y como siempre, los países pobres son las principales víctimas de los desmanes del modo de hacer occidental; y no sólo en cuestiones medioambientales, también el crecimiento demográfico resulta alarmante en ellos. Según los índices de crecimiento actuales, Europa occidental precisa 436 años para duplicar su población; sin embargo, la cantidad de habitantes de los países menos desarrollados crece a un ritmo muy superior. Las repúblicas de la extinta Unión soviética crecen con un tiempo medio de duplicación de 83 años; el tiempo medio de duplicación en Asia resulta de 36 años, en Latinoamérica 30 años, y en África la cifra desciende hasta los 23 años[37]. La población africana ronda los quinientos millones de habitantes, aproximadamente los mismos que en Europa; sin embargo, antes de veinticinco años esta población se habrá duplicado en África y apenas habrá variado en Europa; dentro de cincuenta años la población africana será cuatro veces superior a la europea.
            En la actualidad, los países más ricos, cuyo nivel de vida, es elevado, con una educación generalizada y una dieta abundante, albergan a la cuarta parte de la población mundial; sin embargo, las otras tres cuartas partes de esta población viven en países cuya renta per cápita media es tan sólo la decimoquinta parte de la de las naciones ricas. Son países cuyo índice de mortandad infantil durante el primer año de vida es hasta veinte veces superior que en el primer mundo, y en los que unos mil millones de personas viven en tales niveles de miseria que les imposibilita alimentarse lo suficiente como para mantenerse sanos y poder desarrollar cualquier tipo de actividad laboral[38].
            El problema, sin embargo, no es de las naciones pobres, ya que los países capitalistas hemos ideado e impuesto un sistema económico que se dedica a consumir el patrimonio del planeta a un ritmo creciente, permitiendo un acceso desigual a estos recursos, y propiciando la superpoblación mundial. Este sistema, cuando se exporta al Tercer Mundo, ocasiona un subdesarrollo instantáneo, es decir, la población se vuelve pobre antes de alcanzar el desarrollo prometido por el capitalismo. Esto ocurre a causa de que la industrialización capitalista hace primar la inversión en las ciudades sobre las zonas rurales, ocasionando un desequilibrio basado en la afluencia de dinero y energía hacia los lugares de producción ubicados en las urbes; la tecnificación de los puestos de trabajo es el resultado de la inversión de capital, olvidando el trabajo humano, por lo que el desempleo aumenta; la escasa inversión que alcanza el medio rural se dedica a la mecanización de los sistemas productivos y, junto con la Revolución verde, determina la expulsión de los campesinos, incapaces de competir en el mercado, en beneficio de los grandes inversores; estos campesinos se ven obligados a desplazarse a las ciudades en busca de algún puesto de trabajo en los lugares donde se registra una mayor inversión del capital multinacional. Evidentemente, cuando alcanzan la ciudad la mayoría de ellos se ven abocados al paro y la miseria, absolutamente desarraigados, y obligados a vivir en condiciones infrahumanas.
            La especulación internacional sobre la industria maderera permitió que Costa de Marfil gozara de una importante expansión económica durante las décadas de 1960 y 1970, exportando la madera de sus bosques con una producción neta de unos 300 millones de dólares anuales. Este régimen económico se consideró como un modelo de progreso a seguir por el resto del continente africano, hasta que, en 1990, los habitantes de este país se encontraron con que sus bosques casi habían desaparecido, la producción anual descendió hasta los 30 millones de dólares, y la renta per cápita había descendido en 1994 a la mitad de la que disfrutaban en 1980. El proceso se repitió en Nigeria que, de ser uno de los principales exportadores de troncos del mundo, en 1988 pasó a depender de la adquisición de madera extranjera por valor de 100 millones de dólares, lo mismo que en Filipinas, donde la producción destinada a la exportación alcanzó un máximo de 217 millones de dólares anuales durante la década de 1970, pero desapareció totalmente veinte años después[39]. El propio sistema capitalista llevó a estos países a la miseria.

Superpoblación urbana.

            El éxodo a las ciudades supuso que, desde los 100 millones de personas que en 1920 habitaban las ciudades del Tercer Mundo, se pasara en 1980 a los 1000 millones, con una tendencia de crecimiento que situará la cifra en 1900 millones de habitantes urbanos en el Tercer Mundo para el año 2000, lo que equivale al total de población humana que existía en el planeta durante la Primera Guerra Mundial[40].
            El infernal ritmo de crecimiento de las ciudades del Tercer Mundo indica que, para el año 2000, la ciudad de México alcanzará los 25 millones de habitantes, lo que supone una población similar a la que actualmente ocupa países como Dinamarca, Finlandia, Irlanda, Noruega y Suecia; Sao Paulo se acercará a los 21 millones, Calcuta y Bombay tendrán más de 15 millones, y Delhi pasará de los 13[41].
            Este proceso de sobrepoblación urbana se ha venido produciendo continuamente en numerosas ciudades, no sólo del Tercer Mundo, sino que, a lo largo de la Era Industrial, ha alcanzado un auge desmesurado en la mayoría de los países. A comienzos del siglo XIX, únicamente cuarenta y cinco ciudades del mundo superaban los cien mil habitantes, y siete de éstas: Londres, París, Estambul, Pekín, Tokio, Cantón y Madrás, alcanzaban el medio millón. Un siglo después tan solo Pekín y Tokio estaban pobladas por un millón de habitantes; en 1950 tres ciudades, Nueva York, Tokio y Shanghai mantenían una población superior a los diez millones de habitantes; en 1975 las ciudades millonarias eran 100, y diez de ellas sobrepasaban los ocho millones, al tiempo que dos superaban los quince millones de habitantes[42]. Para el año 2000 se calcula que habrá veinte ciudades con más de 10 millones de habitantes, de las que diecisiete se localizan en el Tercer Mundo. Estos datos indican que, para el año 2010, cerca de la mitad de la humanidad se habrá desplazado a las grandes urbes[43].

                             Proporción de población residente en zonas urbanas, por
                             regiones, 1970 y 1990, con proyección para el 2025. (%)

                          (Fuente: Naciones Unidas, "World Urbanization Prospects,
                                             1992 Revision", Nueva York, 1993)
REGIÓN
       1970
       1990
       2025
África
         23
         32
         54
Asia (excluido Japón)
         20
         29
         54
América Latina
         57
         72
         84
Europa
         67
         73
         85
América del Norte
         74
         75
         85
Media Mundial
         37
         43
         61

Figura 7: Datos porcentuales sobre población urbana.

Desplazados y refugiados.

            El problema social generado por el desplazamiento de grandes masas de población en busca de un medio de vida, incide muy directamente en el grave y dramático aumento de los refugiados, cuyo dispar origen: ambiental, social, político o bélico, supone un tratamiento absolutamente discriminatorio propiciado por la comunidad internacional. En 1951, la Convención de las Naciones Unidas sobre los refugiados, actualmente en vigor, definía la figura del refugiado exclusivamente desde el aspecto de la persecución en los siguientes términos: “...debido a temor bien fundado de ser perseguido por razones de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo social determinado o a una opinión política, esté fuera del país de su nacionalidad y no pueda (...) regresar a él”. En opinión de G. Loescher[44], esta restricción del estatuto de refugiado tiene su origen en la guerra fría, y se encaminaba a debilitar a la antigua Unión Soviética y los países de su entorno, mediante la concesión de asilo político a las personas que huían de ellos.
            Los datos sobre la población de refugiados indican que en la actualidad, unos 23 millones de personas se ven obligados a vivir fuera de sus países de origen, mientras que en 1989 la cifra era de 15 millones; muy superior a la registrada durante los tres decenios anteriores, en los que se mantuvo en torno a los 2,5 millones de personas[45]. Sin embargo, la gran mayoría de desplazados no cumplen los requisitos que la burocracia internacional exige para conceder el estatuto de refugiados; se tiene derecho a conceder asilo -siempre con matices- a quienes sufren una persecución política, pero nunca a una persecución del hambre, ni a los que huyen de una catástrofe natural; estas personas no son admitidas como refugiados en países ajenos, por lo que se ven obligados a realizar un desplazamiento interior en su propio país, sin poder disponer de medios económicos para subsistir. Un cálculo muy optimista sobre el número de desplazados interiores sitúa la cifra en 27 millones de personas[46].
            El creciente número de catástrofes naturales que afectan a la población motiva que, ocasionalmente, la cifra de desplazados supere cualquier expectativa; el caso de Bangla Desh, con sus 115 millones de habitantes resulta alarmante. Muchos de sus habitantes se ven obligados a vivir sobre bancos de cieno, los llamados “chars”, formados a partir de los aluviones recibidos del Himalaya y que alcanzan las bajas llanuras costeras, los pantanos y manglares litorales. En 1970, unas 150.000 personas murieron a causa de un ciclón que arrasó el litoral[47]; algo parecido volvió a suceder en 1984, ocasionando la muerte de varias decenas de millares de personas, al igual que en las temibles inundaciones de 1988, causadas por las crecidas de los ríos procedentes del Himalaya, seguidas de un nuevo ciclón, arrasando las tres cuartas partes del país; se calcula que esta catástrofe dejó sin hogar a unos 50 millones de personas[48], generando un número incalculable de desplazados.
            Una fuente más realista, que considera el gran número de desplazados en el mundo por causa de los desastres ambientales (destrucción de las cosechas, desertización, disminución de los acuíferos, modificación de los patrones de enfermedad, etc.) estima que existen no menos de 300 millones de refugiados medioambientales[49]. También es considerado como un dato evidente que muchos de los desplazados que no cumplen los requisitos para obtener el estatuto de refugiados, consiguen cruzar ilegalmente la frontera de su país para intentar buscar un empleo en naciones con una mayor renta; aunque se desconoce con exactitud el número de inmigrantes ilegales en el mundo, se estima que es superior a los 10 millones de personas[50].

Los señores de la guerra.

            Otro de los grandes problemas relacionados -aparte de entre otros muchos factores- con la superpoblación, el deterioro del medio, y la escasez de recursos, atiende a la gran cantidad de conflictos armados -amparados en las más peregrinas excusas- que surgen por doquier. Durante el verano de 1994, la atención del mundo estuvo centrada en el espantoso conflicto de Ruanda, la lucha tribal entre tutsis y utus que ocasionó una de las mayores masacres de la historia moderna. Sin embargo, el origen de esta guerra dista mucho de ser un conflicto exclusivamente tribal, y parece mucho más relacionado, en primer lugar, con el fomento por parte del antiguo imperio colonial de las disputas étnicas entre las diferentes tribus asentadas en el territorio, y en segundo lugar con el deterioro de los recursos naturales del país y el rápido crecimiento demográfico, que pasó de 2,5 millones de habitantes en 1950 hasta los 8,8 millones de 1994, con un promedio de ocho hijos por mujer. A pesar del notable aumento en la producción de cereales que se registró en el país en este período, la renta per cápita disminuyó en un 50 por ciento; el aumento de la población incidió en un drástico descenso de la disponibilidad de tierras, que fueron sucesivamente repartidas entre un número cada vez mayor de habitantes, e incluso el agua dulce se volvió prácticamente insuficiente para abastecer a la población; de hecho, Ruanda fue clasificada entre los 27 países del mundo con mayor escasez de agua[51]. Los sucesos que se desencadenaron después dan muestra de la absoluta ineptitud de la comunidad internacional para solucionar un tema no excesivamente complicado: el dinero para proporcionar la paz fluye -cuando lo hace- por cauces estrechos, mientras que el dinero para las armas siempre está disponible al instante.
            Cuando el genocidio de Ruanda comenzó en Abril de 1994, la respuesta del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas consistió en reducir los cascos azules destacados en la zona a una presencia simbólica. A finales del mismo mes, Butros Ghali, secretario general de la ONU, propuso un aumento del contingente hasta alcanzar los 5.500 soldados, lo que suponía un coste semestral de 115 millones de dólares, gasto al que se opuso el gobierno estadounidense, y que fue demorado por el resto de los países hasta conseguir retrasar durante meses el comienzo de las operaciones. Más de 500.000 personas habían muerto ya en Julio a causa de la guerra, y varios cientos de miles habían huido a Zaire y Tanzania, donde fueron  diezmados por epidemias de cólera y disentería. Fue a partir de entonces cuando las organizaciones no gubernamentales obligaron a la comunidad internacional a reaccionar. En una declaración de Butros Ghali realizada el 22 de Julio de 1994, estimaba que sería necesario desembolsar 434 millones de dólares en seis meses para paliar el desastre, casi cuatro veces la cantidad prevista al comienzo del conflicto. Estados Unidos, que se había negado a aportar su parte correspondiente de los 115 millones del presupuesto inicial, aumentó su aportación -ya con el desastre consumado- hasta los 500 millones de dólares. Este retraso en el flujo de la ayuda internacional motivo que al final de la guerra civil se contabilizaran 1.000.000 de muertos, de los cuales entre 200.000 y 300.000 eran niños
            Desgraciadamente, pocos meses después, el conflicto se había extendido a la vecina Burundi, donde nuevamente la intervención internacional llegó demasiado tarde, motivando un nuevo aluvión de expatriados hacia Zaire, donde superaban largamente el millón de refugiados, mayoritariamente de etnia utu. A finales de 1996, el conflicto, nuevamente ante la pasividad de la ONU y de la comunidad internacional, traspasaba la frontera zaireña desembocando en un violento enfrentamiento armado entre el ejército zaireño y la guerrilla tutsi de Zaire, apoyada por el nuevo gobierno ruandés, poniendo en serio peligro de exterminio a la población de refugiados instalados en la zona fronteriza entre ambas naciones, lo que ocasionó un nuevo éxodo masivo hacia un incierto destino de hambre y miseria para escapar de una muerte segura a manos de la potente etnia rival.

            La influencia que ejerce sobre el medio una población creciente a un ritmo desmesurado, manifestado patéticamente en este ejemplo, cuando dos etnias se multiplican hasta el punto de causar temor una en la otra e iniciar un genocidio en masa, constituye un hecho de terrible conflictividad cuyo funcionamiento se asemeja a una bomba de relojería; esta bomba ya ha explotado en otros lugares: los Balcanes, el pueblo kurdo en Irak y Turquía, los palestinos... Paul Ehrlich[52] nos lo describe:

            “El problema del control demográfico -y menos aún los problemas medioambientales del globo- no se resolverá fácilmente en un mundo plagado de racismo, prejuicios religiosos, sexismo y brutales desigualdades económicas. El concepto de que la cantidad hace la fuerza está fuertemente arraigado, y a menudo hace temer que otros grupos se reproduzcan en mayor proporción. Los racistas blancos protestan porque nacen demasiados niños en los ghettos negros. En Irlanda del Norte, los protestantes se preocupan por las tasas de natalidad de los católicos; en Israel, los judíos sienten aprensión por el creciente número de árabes y en Sudáfrica cada uno de los grupos raciales se inquieta por el creciente número de los otros!”.

            Tanto el creciente número de conflictos que surgen en el mundo -principalmente en el Tercer Mundo y países no capitalistas- como la demostrada incapacidad de los países más ricos para atajarlos, hacen pensar a más de un malintencionado, entre los que me incluyo, que estas guerras, disturbios y arranques violentos de grandes masas de población son intensificados voluntariamente por el poder económico, con el fin de hacer decrecer rápidamente la población en lugares concretos del planeta y liberar recursos para el primer mundo, aparte de hipotecar a los contendientes con enormes deudas en concepto de armamento y posterior reconstrucción del país.
            Esta afirmación, aunque pueda parecer exagerada, fue ya expuesta a principios de siglo por neomaltusianistas y anarconaturistas como Sebastián Faure[53] y María Lacerda de Moura[54], sosteniendo que los soldados procedentes de las clases populares resultaban imprescindibles para mantener las guerras coloniales y expandir las economías. Las cifras que actualmente se barajan en concepto de gastos militares a nivel mundial son astronómicas; cualquier conocedor del funcionamiento económico sabe que para que un capital sea productivo ha de estar en circulación permanente, también en cuestiones bélicas. Consideremos que desde la Segunda Guerra Mundial hasta la actualidad, los gastos militares de todos los países han alcanzado una cifra acumulada de 30 a 35 billones de dólares[55]. Tan solo en la década de los 80 se realizó un gasto mundial anual en armamento en torno a los 400.000 millones de dólares[56], casi un millón de dólares por minuto. El siguiente cuadro nos puede ilustrar algunos ejemplos concretos:

                       Coste económicos en algunos conflictos bélicos seleccionados
                    (Fuente: Worldwacht Institute, "La situación del mundo 1995"
Región/Años
                                               Observaciones
Irán-Irak
1980-1988
Se calcula que, desde el comienzo del conflicto hasta 1985, el coste de la guerra ascendió a unos 416.000 millones de dólares, incluyendo el dinero gastado directamente en mantener el conflicto, los daños sufridos por ambos bandos, la cantidad de petróleo no vendida por estos países y la pérdida de PNB. Cifra muy superior al total ingresado por estos países desde que comenzaron a vender petróleo: 364.000 millones de dólares.
Golfo Pérsico
1990-1991
Según cálculos del Fondo Monetario Árabe, fueron necesarios unos 676.000 millones de dólares para restablecer la situación tras la ocupación de Kuwait por Irak, incluyendo los costes directos de la guerra, los daños causados y la pérdida de ingresos en las exportaciones de crudo, sin embargo no se incluyen los tremendos daños ambientales. Tampoco se incluyen los daños tan tremendos que está sufriendo Irak a causa de su derrota a manos del mundo civilizado; las sanciones impuestas por la comunidad internacional a Saddam Hussein, no solamente no han acabado con su gobierno, sino que está ocasionando los padecimientos y muerte da gran parte de la población; se calcula que unos 600.000 niños han muerto por escasez de alimentos y falta de recursos médicos.
América Central
1980-1989
Se calcula que los costes totales de la guerra en El Salvador alcanzan los 1.100 millones de dólares, y 2.500 en Nicaragua, sin incluir los costes de rehabilitación de tierras y equipos.
África Austral
1980-1988
Se estima que Sudáfrica ha gastado de 27.000 a 30.000 millones de dólares en la desestabilización a la que ha sometido a Angola, y unos 15.000 millones de dólares en Mozambique.

            Estos ejemplos, y muchos otros más, para nosotros suponen muerte, dolor y destrucción sin límites; para otros no representa más que movimiento de capital y creación de riqueza económica. Prácticamente todos los países del mundo mantienen un ejército, y la creencia general es que el gasto militar, aún en tiempos de paz, genera puestos de trabajo; un estudio realizado en Estados Unidos comprobó que por cada 1000 millones de dólares dedicados al gasto militar, se perdían en el país unos 11.600 puestos de trabajo, al tiempo que dejaban patente el hecho de que cada vez que crecía el presupuesto militar, crecía también el índice de paro[57]. Otro estudio calculó que los 124.000 millones de dólares de presupuesto del Pentágono se traducen en 118.000 empleos civiles menos; si se restan a éstos los 88.000 puestos de trabajo creados en el estamento militar, arroja una pérdida neta de 30.000 empleos[58]. También en Estados Unidos, un informe realizado por Marion Anderson[59] demostró que el incremento del gasto militar entre los años 1981 a 1985 ocasionó la pérdida de 1.146.000 empleos.
            Estos estudios realizados en Estados Unidos son perfectamente exportables a cualquier otro país del mundo; sólo hace falta que alguien se dedique a realizar el cálculo a partir de los datos oficiales sobre presupuesto militar que, por otro lado, siempre serán inferiores a los gastos reales de dicho estamento. Una primera visión de estos gastos, sin entrar en complejos conceptos económicos, nos permite ver con claridad que el presupuesto militar absorbe una gran cantidad de recursos que bien podrían ser destinados, precisamente, a disminuir las tensiones sociales que originan los conflictos bélicos, tanto en el país propio, como en los ajenos donde se prevé que nuestro ejército deba intervenir -para eso se mantiene un ejército-. El gasto militar podría emplearse con mucho mejor éxito en sanidad, vivienda, enseñanza, atención a las clases desfavorecidas y recuperación medioambiental. Por ejemplo, el monto que ha pagado Malasia por dos barcos de guerra podría haber sido utilizado en proporcionar agua potable, durante veinticinco años, a los tres millones de habitantes del país que carecen de ella[60].
            Por desgracia, la estrategia del poder para mantener un ejército se basa en el argumento del miedo: tenemos miedo de vosotros, por lo que creamos un ejército para que vosotros nos temáis también. El equilibrio del temor se rompe cuando un ejército puede actuar con ventaja sobre otro, y entonces no duda en hacerlo impulsado por intereses siempre económicos; aunque se disfrace de conflicto étnico, religioso, territorial, o cualquier otro, el fundamento mercantilista siempre subyace en la trastienda; está presente en quien se preocupa en favorecer e impulsar las crispaciones étnicas, religiosas y territoriales.

Emulando a Maquiavelo.

            En ocasiones, el ejército dominante no se atreve a recurrir al genocidio -siempre por una pura cuestión de imagen que redunda en un beneficio económico-, y recurre a diversos métodos para reducir los posibles focos de disidencia que subsistan entre los vencidos; una de sus estrategias consiste en el desalojo, como el que ha realizado Saddam Hussein con los kurdos del Norte de Irak persiguiéndolos y expulsándolos a Turquía en 1991, haciéndolo también con los musulmanes chiítas, a quienes obligó a huir al vecino Irán. Otro sistema consiste en el desplazamiento de grandes cantidades de población propia para ocupar los territorios disidentes, como ha realizado China en diversos países ocupados: Tíbet, Manchuria, Mongolia Interior, etc. Desde que el Tíbet fue invadido por las tropas de Mao, el “territorio baldío e inhóspito”, según lo califican las autoridades chinas, que constituye este país, ha sido poblado por tal cantidad de colonos hasta el punto de que de los 13,7 millones de habitantes actuales del país, más de la mitad, 7,6 millones, son de origen chino; los tibetanos son minoría en su propia patria[61]. Este sistema ha sido llevado a cabo por los chinos en muchas otras regiones: en el Turkestán oriental, donde han pasado de ser 200.000 colonos en 1949 hasta 7 millones en la actualidad, para una población total que alcanza los 13 millones; en la Mongolia Interior, donde los chinos superan actualmente a los mongoles en una proporción de 3,4 a 1, en total son 8,5 millones de chinos frente a 2,5 millones de mongoles; en Manchuria, donde se han establecido 75 millones de chinos frente a un número de manchures que oscila entre los 2 y los 3 millones[62]. El sistema que el gobierno chino utiliza para conseguir estos resultados se basa en duplicar el salario y conceder algunos otros beneficios, tanto a los soldados de ocupación, como a los colonos que se instalan en el país.
            Este proceso, sin embargo, no es un invento del gobierno chino; ya lo apuntó Maquiavelo en el siglo XVI, y ha sido utilizado con gran éxito en numerosos países de Europa desde la expansión romana hasta la actualidad; ha supuesto un arma sumamente eficaz para la ocupación del continente americano, y aún lo continúa siendo en los pocos reductos donde las minorías étnicas y culturales se esfuerzan por subsistir. El cáncer, en su proceso de expansión, agota todos los recursos de las células sanas que encuentra.

Energía y entropía en la humanidad.

            El cáncer que actualmente representa la humanidad se manifiesta en tres aspectos principales:

            1º )Crecimiento de la población en régimen geométrico; cada seis segundos se producen en el mundo 28 nacimientos y diez defunciones; lo que supone que cada hora es necesario alimentar a 11.000 nuevas bocas, casi 100 millones más al año.

            2º )Planteamiento economicista sobre la población humana y los recursos; representado por la idea de H. George[63]: “Un grupo numeroso de personas puede disfrutar de mayores ventajas colectivas que un grupo pequeño... Las nuevas bocas que aparecen en una creciente población no requieren más alimentos que las antiguas, mientras que las manos que traen consigo pueden, siguiendo el orden natural de las cosas, producir más... Yo sostengo que en un estado de igualdad, el aumento natural de la población tiende constantemente a hacer que los individuos sean más ricos, y no más pobres”.

            3º) Mantenimiento del crecimiento demográfico, de la riqueza económica y de la propiedad privada a costa del medio ambiente, de los grupos étnicos más débiles, o de la marginación de determinados grupos sociales: contaminación por la producción industrial, desertización, esquilmación de los recursos, agotamiento de los acuíferos, desaparición de la biodiversidad, guerras, pobreza forzada, etc.

            Resultado: cada vez somos más bocas a alimentar con un número de necesidades artificiales mayores y un decreciente aporte de recursos naturales, centenares de miles de toneladas menos de suelo y centenares de billones de litros de agua menos para cultivar más alimentos. En la actualidad, la humanidad está ocupando, en mayor o menor medida, las dos terceras partes de la superficie emergida de la Tierra, y tenemos los ojos puestos en el tercio restante, deshabitado e inhóspito, con el fin de explotar los recursos que alberga; cuando este tercio del planeta haya sido esquilmado ¿de dónde pretenderán los economistas conseguir recursos para abastecer a una población humana de un tamaño tan desmesurado como se prevé?
            Sin embargo, las naciones que tienen capacidad de reacción para buscar alguna solución a la hecatombe que se avecina, prefieren cerrar los ojos al exterior y volverlos sobre la satisfacción de sus pequeños y urgentes problemas regionales, al tiempo que acusan a las naciones pobres de no remediar los desastres ocasionados en su territorio; el argumento es el siguiente: “Nosotros, en nuestros países ricos, mantenemos una población estabilizada, hemos controlado el crecimiento demográfico, estamos saneando nuestros ríos y mares, luchamos contra la contaminación, la lluvia ácida, la destrucción de la capa de ozono, y hacemos campañas para salvar las selvas tropicales; os hemos ofrecido a vosotros, los países pobres, convenios internacionales para que os suméis a nuestras pretensiones; sin embargo, vuestros bosques se siguen esquilmando, vuestras industrias apestan a contaminación, y vuestra población crece a un ritmo desmesurado y se empobrece aún más deprisa; esos son vuestros problemas, controlad el crecimiento demográfico, acabad con la tala abusiva de vuestros bosques y mejorad vuestra industria para que sea más eficaz y menos contaminante”.
            Esta es la hipocresía de la sociedad occidental. Es cierto que hemos controlado en gran medida nuestro crecimiento demográfico, pero hemos exportado el problema al Tercer Mundo al imponerles nuestro modus operandi; es cierto que son sus bosques, sus recursos los que se están agotando, pero somos nosotros quienes disfrutamos de ellos; también es cierto que sus industrias son más contaminantes que las nuestras, pero no tienen más remedio si quieren competir -como por otra parte están obligados- con los masivos sistemas de producción que los países opulentos hemos implantado. No podemos hacer más que comprender las palabras de C.T. Kurien[64] al reprochar a los países ricos sus pretensiones supuestamente ecologistas sobre los países pobres:

            “Es una reducida y opulenta minoría de la población mundial la que está inflamando la histeria sobre los recursos finitos del planeta y aboga por una ética conservacionista en interés de aquellos que aún no han nacido; es este mismo grupo el que hace un esfuerzo organizado para impedir que aquellos que resultan hallarse fuera de las puertas de su opulencia puedan llegar a alcanzar un nivel de vida siquiera tolerable. No hace falta estar dotado de visión divina para darse cuenta de cuáles son sus verdaderas intenciones”.

            ¿Cómo podemos pedir a un pobre que no desee una comida decente o un abrigo adecuado, cuando ni siquiera le invitamos a compartir nuestra casa? Y lo peor es que no nos damos cuenta de que tenemos casa, comida y abrigo a costa de ese pobre; creemos que lo que tenemos nos lo hemos ganado con nuestro trabajo, y eso es cierto sólo en parte. Consideremos la producción de recursos del siguiente modo: Todas las materias elaboradas que tenemos, que adquirimos o que observamos, responde a dos términos, materia prima y energía; e incluso la extracción de materia prima se realiza con un considerable gasto de energía. La cerveza que contiene una lata supone un gasto de energía para conseguir el producto, un gasto de energía para conseguir el aluminio de la lata, más energía para elaborar tanto el producto como el envase, energía en forma de gasolina para desplazar los bidones de cerveza hasta los lugares de envasado, al igual que con la lata que lo contendrá, y por último, más energía, en forma de gasolina para realizar la distribución del producto totalmente elaborado a los lugares de venta; cuando tomamos una cerveza, lo que pagamos es básicamente gasto de energía, y es este consumo de energía el que degrada el medio ambiente: la energía del transporte, la energía de la industria, la energía de la construcción.
            La producción de cualquier tipo de energía nos ata a la Segunda Ley de la Termodinámica, a la entropía; cuando intentamos crear una organización en un sistema cerrado, siempre es a costa de una desorganización mayor en los sistemas circundantes; la transformación de la energía en productos manufacturados supone una desorganización mucho mayor en los sistemas ecológicos terrestres, de donde se infiere que cuanta más  energía sea  consumida por un sistema -en este caso por un país o una sociedad- mayor será el deterioro a que se someta al medio ambiente.
            Con esta base, no es difícil calcular que el mayor consumo de energía corresponde a los países ricos; los niveles de energía consumida nos hacen responsables del 80 por ciento de las emisiones mundiales de dióxido de carbono donde quiera que éstas se realicen; somos los responsables directos de la desforestación del planeta y de la destrucción de la capa de ozono, de la contaminación oceánica y del agotamiento de los caladeros.
            Los países pobres apenas consumen energía; un somalí, un kenyata o un birmano difícilmente vivirán rodeados de artículos de plástico ni viajarán en avión, ni tendrán aire acondicionado ni, en su mayoría, dispondrán de un automóvil. Según estadísticas de 1986, procedentes del WRI y del IIED, el gasto energético que supone el nacimiento de un niño en Estados Unidos es el doble que el de un niño nacido en Suecia, el triple que el de un italiano, 13 veces superior al de un brasileño, 35 veces superior al de un hindú, 140 veces superior que el de un nativo de Bangla Desh o Kenya y 280 veces superior que el de un niño nacido en Chad, Ruanda, Haití o Nepal[65]. Se estima que una dieta humana media debe contener alrededor de 2000 calorías diarias; sin embargo, un cálculo de la cantidad de energía que consume a diario un estadounidense, incluyendo sus viajes en coche, su calefacción, aire acondicionado, etc., alcanza unas 200.000 calorías por persona[66].
            Los cálculos que se realizan para averiguar la proyección de consumo de energía en el futuro próximo son alarmantes; en un estudio de las Naciones Unidas, llevado a cabo por el premio Nóbel de Economía Wassily Leontief, se calculó que para mantener una tasa moderada de crecimiento será necesario multiplicar por cinco el consumo de minerales y por cuatro la producción de alimentos[67]; también se predice que antes de setenta y cinco años se habrán agotado las reservas mundiales de prácticamente la mitad de los metales[68].
            Para mantener a la población del país que más consumo energético realiza en el mundo, los Estados Unidos, con tan solo un seis por ciento de la población del planeta, son necesarios aproximadamente la tercera parte de la producción mundial de recursos minerales; si todo el mundo pretendiera mantener el nivel de vida de un estadounidense, la producción actual de recursos sólo permitiría que un 18 por ciento de la población mundial lo alcanzara, mientras que el 82 por ciento restante no podría disponer absolutamente de nada[69]. Pero el planteamiento capitalista del funcionamiento económico y el flujo de recursos obliga a que, para mantener a ese 18 por ciento rico, es necesaria la participación del 82 por ciento pobre, por lo que habría que mantener a esta población, al menos, en el límite de subsistencia, lo que implica que ese 18 por ciento opulento también es una cifra exagerada para acceder a la riqueza.
            Este hecho motiva también que al capital -y por tanto al estado- le resulte rentable mantener un cierto porcentaje de su población bajo el límite de subsistencia, aunque sea en los países más ricos del mundo; por ejemplo, a comienzos de la década de los 90, no menos de 32 millones de personas vivían bajo el umbral de la pobreza en los Estados Unidos, porcentaje similar al que se da en numerosos países europeos.
            Dentro de las sociedades capitalistas, el mantenimiento de discriminaciones sociales y abismales variaciones de rango es un hecho patente; se mantienen grupos con mucho dinero y otros con muy poco, algunos individuos disponen de gran autonomía sobre su propia vida y un desmesurado poder sobre la vida de los demás, mientras que la mayoría de las personas se ven obligadas a ese sometimiento. En los países ricos, las familias más pobres, que constituyen el 20 por ciento de la población, poseen alrededor del cinco por ciento de los ingresos, mientras que las familias más ricas, el cinco por ciento de la población, disfrutan del 25 por ciento de la renta total [70]. La distribución de la riqueza aún es más desigual que la de la renta; sobre todo si, aparte de la marginación económica, influyen en el reparto criterios racistas; un ejemplo lo constituye el siguiente gráfico sobre las diferencias económicas sociales entre blancos y negros en Estados Unidos:

ÍNDICE DE NIVEL ECONÓMICO Y
                 1950
                1970
SOCIAL EN NEGROS Y BLANCOS AMERICANOS.[71]
   Blancos
    Negros
   Blancos
   Negros
Mediana de ingresos familiares

    $ 3445

    $ 1869

   $ 10236

    $ 6516
Escolaridad completa (%)

      33,6

      12,1

      57,2

      35,4
Gerentes y técnicos (%)

      17,0

       3,8

      22,5

      12,6
Parados (%)
       4,9
         9
       4,5
       8,2
Mortalidad infantil y fetal (por mil nacimientos)


      63,3


     104,5


      44,0


      76,9
Esperanza de vida (varones)

      66,5

      59,1

      68,0

      61,3


            Ya vimos en el capítulo correspondiente, la necesidad que tiene el capital para mantener estas discriminaciones; pero, si ni siquiera somos capaces de descubrir este funcionamiento organizado dentro de nuestras propias fronteras, mucho menos vamos a hacerlo allende de ellas. El hecho de reconocernos como únicos responsables de la destrucción ecológica, y de la alarmante situación del Tercer Mundo, nos debería obligar hacia la paliación y resolución de los problemas generados por nuestro desmesurado consumismo. Resulta evidente que los países pobres no pueden conseguir la más mínima mejora en su dramática situación sin nuestra ayuda y, en ningún caso, podemos permitir que tales países intenten resolver estos problemas en solitario; el problema no es suyo, lo hemos creado nosotros y se lo hemos trasladado a ellos para autoconvencernos de que no tenemos nada que ver en sus asuntos.
            Sin embargo, la ayuda que el mundo rico debería destinar a los países pobres nunca termina de concretarse y, como mucho, tiende a mantener el nivel de subsistencia suficiente para permitirles seguir produciendo beneficios a nuestras sociedades. El principal “benefactor” del Tercer Mundo es Noruega, con una aportación del 1,2 por ciento de su producto nacional bruto; los Países bajos aportan el 0,98 por ciento, Dinamarca el 0,89 y Suecia el 0,87; por contra, Estados Unidos e Irlanda aportan tan solo el 0,2 por ciento de su PNB[72]. La insuficiencia de estas ayudas es manifiesta, y la necesaria solidaridad internacional no puede hacerse esperar más.



    [1] P. Ehrlich y A.H. Ehrlich, "La Explosión Demográfica", Salvat, Barcelona, 1993.
    [2] T.R. Malthus, "An Essay on the Principle of Population", Londres, 1798.
    [3] P.F. Verhulst, "Note sur la loi que suit la population dans son acroissemment", Correspondence mathemátique et physique , tercera serie. Société belge de librarie, Bruselas, 1838.
    [4] R. Pearl, "The Biology of Population Growth", Alfred A. Knopf, Nueva York, 1925.
    [5] P. Ehrlich, "La Explosión Demográfica", op. cit.
R. Lewontin, "La diversidad humana". Prensa Científica, Barcelona, 1994.
    [6] James Lovelock, "Las edades de Gaia", op. cit.
    [7] Jeremy Rifkin, "Entropía", op. cit.
    [8] Idem.
    [9] Citado en Worldwacht Institute, "La situación del mundo 1995", Emecé Editores, Barcelona, 1995.
    [10] Eduard Masjuan, "Ejemplos Ibéricos; Población y Recursos Naturales en el Anarquismo Ibérico: Una Perspectiva Ecológico-Humana en el marco del «Socialismo de los Pobres»", en Ecología Política Nº 5, Icaria, Barcelona, 1993.
    [11] La "Revolución verde" es el sistema agrícola ideado por el mundo capitalista de alta producción, basado en la tetralogía: especies de alta producción + abundancia de fertilizantes + abundancia de agua + pesticidas.
    [12] Lester R. Brown, "Los límites de la naturaleza", en "La situación del mundo 1995", op. cit.
    [13] P. Ehrlich, "La Explosión Demográfica", op. cit.
    [14] Worldwacht Institute, "La situación del mundo 1995", op. cit.
    [15] Independent Commission on International Humanitarian Issues, "The Encroaching Desert: The Consequences of Human Failure", Zed Books, Londres, 1986.
    [16] Lester R. Brown, "State of the World 1988", cita en P. Ehrlich, "La Explosión Demográfica", op. cit.
    [17] B.B. Vohra, "A Policy for Land and Water", Sardar Patel Memorial Lecture, Nueva Delhi, 1980.
    [18] Lester R. Brown et al. "State of the World 1989", cita en P. Ehrlich, "La Explosión Demográfica", op. cit.
    [19] Lester R. Brown, "World Population Growth, Soil Erosion and Food Security", Science, vol. 214, pp. 995-1002, 1981.
    [20] Paul Ehrlich, "La Explosión Demográfica", op. cit.
    [21] Southern African Development Coordination Conference, SADCC, "Agriculture: Toward 2000", FAO, Roma, 1984.
    [22] Cita en Worldwacht Institute, " La situación del mundo 1995", op. cit.
    [23] Carl-Christian Schmidt, "The Net Effects of over-fishing", The OECD Observer, Octubre/Noviembre de 1993.
    [24] Worldwacht Institute, "La situación del mundo 1995", op. cit.
    [25] Elizabeth Ross, "Hard-hit New Ebgland Fishermen Receive Financial Aid", Christian Science Monitor, 23 de Marzo de 1994.
    [26] Mark Trmbull, "Pacific Northwest Fisheries Shrink, Talking Thousands of Jobs Along", Christian Science Monitor, 28 de Marzo de 1994.
    [27] Fan Zhijie y R.P. Côté, "Population, Development and Marine Pollution in China", Marine Policy, Mayo de 1991.
    [28] Sandra Postel, "Last Oasis: Facing Water Scarcity", W.W. Norton & Company, Nueva York, 1992.
    [29] Worldwacht Institute, "La situación del mundo 1995", op. cit.
    [30] Sandra Postel, "Last Oasis: Facing Water Scarcity", op. cit.
    [31] John Pomfret, "Black Sea, Strangled by Pollution, Is Near Ecological Death", Washington Post, 20 de Junio de 1994.
    [32] Worldwacht Institute, "La situación del mundo 1995", op. cit.
    [33] Anastasia Toufenis, "The Dirty Seas", Time, 1 de Agosto de 1988, pp. 44-46.
    [34] Datos de UNICEF, WHO y otras fuentes citados en P. Ehrlich, "La Explosión Demográfica", op. cit.
    [35] Independent Commission on International Humanitarian Issues, "Famine: A Man-Made Disaster?", Vintage Books, Nueva York, 1985.
    [36] R.W. Kates, R.S. Chen, T.E. Downing, J.X. Kasperson, E. Messer y S.R. Millman, "The Hunger Report 1988", The Alan Shawn Feinstein World Hunger Program, Brown University, Providence, 1988.
    [37] Desmond Morris, "El contrato animal", op. cit.
    [38] Cifras del Banco Mundial citadas en: Paul Ehrlich, "La Explosión Demográfica", op. cit.
    [39] FAO, "Time Series for State of Food and Agriculture 1993", Roma, 1993. FAO, "Fores Product Yerabooks", Roma, varios años.
    [40] UN Centre for Human Settlements, "Global Report on Human Settlements 1986", Oxford University Press, Nueva York, 1986.
    [41] P. Ehrlich, "La Explosión Demográfica", op. cit.
    [42] Carmen González Muñoz, "Composición de la Población Mundial", Cincel, Madrid, 1982.
    [43] UN Centre for Human Settlements, "Global Report on Human Settlements 1986", op. cit.
    [44] G. Loescher, "Beyond Charity", Oxford University Press, Oxford, 1993.
    [45] Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, "The State of de World's Refugees 1993: The Challenge of Protection", Penguin, Londres, 1993.
    [46] U.S. Committee for Refugees, USCR, "World Refugee Survey 1994", Washington D.C., 1994.
    [47] A. Wijkman y L. Timberlake, "Natural Disasters: Acts of God or Acts of Man?", Earthscan, Washington, D.C., 1984.
    [48] P. Ehrlich, "La Explosión Demográfica", op. cit.
    [49] "Eco-Refugees Warning", New Scientis, 10 de Junio de 1989.
    [50] Worldwacht Institute, "La situación del mundo 1995", op. cit.
    [51] Worldwacht Institute, "La situación del mundo 1995", op. cit.
    [52] P. Ehrlich, "La Explosión Demográfica", op. cit.
    [53] Sebastián Faure, "El Problema de la Población", traducción de Luis Bulffi, Biblioteca de Amor y Maternidad Libre, publicación Nº 1, Barcelona, 1904.
    [54] María Lacerda de Moura, "Clericalismo y Fascismo (Horda de Embrutecedores)", Rosario (R.A.), Librería Ruiz, 1936.
    [55] Michael Renner, "Military Expedientures Falling", en Lester R. Brown, Christopher Flavin y Hal Kane, "Vital Signs 1992", Norton & Norton Company, Nueva York, 1992.
    [56] J. Rifkin, "Entropía", op. cit.
    [57] Tristam Coffim, "Conversion, the Answer to Inflation and Recesion", Washington Spectator, 1 de Febrero de 1979.
    [58] J. Rifkin, "Entropía", op. cit.
    [59] Marion Anderson, Michael Frisch y Michael Oden, "The Empty Porkbarrel: The employment cost of de military buildup of 1981 to 1985", Lansing, Michigan, 1986.
    [60] Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, "Human Development Report 1994", Oxford University Press, Nueva York, 1994.
    [61] Departamento de Información y Relaciones Internacionales, Administración Central Tibetana de su Santidad el XIV Dalai Lama, "Tíbet: Environment and Development Issues 1992". Dharamsala, India, 1992.
                Campaña Internacional por el Tíbet, "The long march: Chinese Settlers and Chinese Policies in Eastern Tíbet, Results of a Fact Finding Mission in Tíbet", Dharamsala, India, Septiembre de 1991.
    [62] Cita del Dalai Lama en "Dalai Lama: U.S. Must Help Stop Chinese Population Influix into Tibet", Tibet Press Wacht, Mayo de 1993.
    [63] H. George. "Progress and Poverty", Doubleday, Page, Nueva York, 1902. Cita en P. Ehrlich, "La Explosión Demográfica", op. cit.
    [64] C.T. Kurien, "A Just, Participatory and Sustainable Society: A Third World Perspective", Conferencia sobre la Fe, la Ciencia y el Futuro, Consejo Mundial de las Iglesias, Boston, Julio de 1979. Cita en J. Rifkin, "Entropía", op. cit.
    [65] WRI e IIED, "World Resources, 1988-89", Basic Books, Nueva York, 1988.
    [66] G. Tyler Miller Jr., "Energetics, Kinetics and Life: An Ecological Approach", Wadsworth, Belmont, 1971.
    [67] J. Rifkin, "Entropía", op. cit.
    [68] Preston Cloud, "Mineral Resources in Fact and Fancy", en Herman E. Daly, "Toward a Steady State Economy", Freeman, San Francisco, 1973.
    [69] Herman Daly, "The Ecological and Moral Necessity for Limiting Economic Growth", Conferencia sobre la Fe, la Ciencia y el Futuro; Consejo Mundial de las Iglesias, Boston, Julio de 1979.
    [70] Richard Lewontin, "La diversidad humana", Prensa Científica, Barcelona, 1984.
    [71] Fuente: R. Lewontin, "La diversidad humana", op. cit.
    [72] OCDE, "The Christian Science Monitor", 3 de Julio de 1989, datos citados por P. Ehrlich, "La Explosión Demográfica", op. cit.

2 comentarios:

  1. Hola, Jesús, es la segunda vez que entro a tu blog y el primer capitulo de tu novela es muy interesante. Tocas muchos temas relacionados directamente con el actual modo de producción, el capitalismo despiadado y salvaje, desde mi opinión y los datos demográficos y de lucha por la producción que tiene un acance de desigualdad entre los países pobres o bien la superpoblación en el medio rural y el urbano, son variables a tener en cuenta. Yo tengo que volver a leermelo con pausa y detenimiento, me parece un gran trabajo. Soy de la opinión que el problema principal es quien se queda con los excedentes de la producción y la riqueza, en ese abismo que existe. Junto al problema medioambiental, el libro presta un gran servicio social, intuyo. Gracias por escribir tan bien y concienciar. Un gran abrazo. Me lo marco en favoritos para repasarlo con tranquilidad las veces que haga falta.

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    1. Gracias por el comentario Marisa. Es verdad el sistema económico que nos domina es salvaje y despiadado. En el mundo del dinero no existe ni el idealismo, ni la solidaridad ni tan siquiera la compasión. Por supuesto tampoco existe el cerebro suficiente como para averiguar que este régimen es totalmente inviable a corto o, como mucho, medio plazo. El planeta y los recursos no son ilimitados, pero el capitalismo está obligado a ignorar esta realidad para justificarse. Por supuesto no hablemos tampoco del reparto justo y del concepto de riqueza, abordar estas cuestiones es anatema para el capitalismo. Necesitamos con urgencia un nuevo paradigma económico porque el actual es insostenible social y ambientalmente.

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