La lluvia continuaba
derramándose copiosamente por las calles de Londres; a pesar de ello, diversos
caminantes recorrían tranquilamente los paseos de Green Park. Un grupo de
jóvenes practicaban deporte desafiando al mal tiempo. Algún mirlo feliz
entonaba su canto, aportando una nota musical al persistente golpeteo del agua
en los extensos prados y en las copas de los centenarios árboles que aparecían
a cierta distancia en la fronda; gotas de lluvia que se estrellaban, asimismo,
contra el suelo, las fachadas y los tejados en los edificios de las calles
inmediatas.
El agua también percutía
contra las ventanas de la suite, creando un efecto relajante, casi hipnótico y
sosegadamente melancólico, invitando a los amantes a contemplar, a través de
los cristales, la lentitud que el otoño imponía al ritmo de la ciudad. Ambos,
asomados en su privilegiada atalaya, tomando el uno la mano del otro en la
suya, cedieron al embrujo de un beso largo y profundo.
Cerrando los ojos, Laura se
dejó llevar por el intenso contacto de los labios, por la firmeza de las manos
que sujetaron su cintura, olvidando el miedo que, desde aquel día en el que
tuvo a Damián por primera vez frente a ella, todavía se mantenía en lo profundo
de su mente. Era su compañera en la conspiración, su amante en las largas
noches de tranquilidad compartida, su lazarillo en los momentos en los que el
entusiasmo cegaba la cordura de ese hombre peculiar. Se había lanzado
abiertamente a una relación peligrosa. Sin embargo, el peligro no radicaba
únicamente en la supuesta organización que los perseguía, sino que se
vislumbraba también en la vejez de aquella mirada que la contemplaba desde un
cuerpo joven y vital, en la tristeza y decepción que reposaban en aquella alma
que pretendía ser inmortal. Pero cerrando los ojos, sintiendo los labios en
íntimo contacto, apretando fuertemente el cuerpo contra el de su amante,
ignoraba miedos, peligros y trasfondos misteriosos y profundos.
En ocasiones, dudaba de la
veracidad de Damián. Pensaba que, realmente, era un ser emanado de las
profundidades de la tierra, del infierno de Dante, para engañar, seducir y
arrastrar a la perdición a los hombres y mujeres que lo seguían. Entonces se
hacía consciente de su tormento. «¡Mentiroso!», gritaba Thanatos, rabioso,
pataleando con furia sobre su hombro derecho. «Le vas a seguir hasta tu propia
destrucción», y a continuación citaba el evangelio: «Guardaos
de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por
dentro son lobos». Mientras Eros, que
reclamaba sosiego descansando encima del corazón, manifestaba fe en los verdaderos sentimientos que surgían
de aquel hombre. «Por sus frutos los conoceréis» rezaba también el texto de
Mateo. ¿Y qué mejor fruto que procurar la felicidad de las mujeres y hombres de
todo el mundo? Entonces retornaba al pensamiento racional. Ni dioses ni
demonios, sino obras; y el resultado era que le gustaba la obra de Damián.
Después seguía su instinto, le gustaba aquél hombre. Eros, aposentado en su
corazón, ganaba la batalla. Pero el miedo no desaparecía, simplemente Thanatos
callaba, esperaba otro momento para manifestarse.
El mejor modo de vencer al
miedo era dejarse llevar por el empuje de su amante, por su energía vital y por
el ansia de disfrutar de la vida, de cada segundo, como si pudiera ser el
último. «Extraño pensamiento para un ser inmortal», se decía entonces, «sobre
todo, extraño pensamiento para mí, puesto que quiere compartir conmigo su
inmortalidad». Pero ¿quién piensa en la inmortalidad cuando la eternidad se
resume en un abrazo y un beso?
—No digas tonterías
—respondía ella—. Esto es sólo sexo. Soy tu amante, ¿recuerdas?
—¿Hasta dónde quieres llegar
con el sexo? —Preguntaba él entonces.
—Hasta lo más profundo…
Y, como en otras ocasiones,
también en ese momento, en la mágica alcoba ovalada de la Suite Royal del Ritz
de Londres, la pasión seguía su curso lentamente, al mismo ritmo que la lluvia
que inundaba los parques y las avenidas, y llamaba a la ventana para anunciar a
los amantes que el agua es vida, y que la vida estaba con ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario