viernes, 20 de marzo de 2020

ORÍGENES DE LA CIENCIA ECOLÓGICA: LA NATURALEZA MECÁNICA

             Continuando con la tarea de divulgar mi trabajo de 1995 "El Grito de la Tierra", tal y como ya he realizado en otras entradas de Planeta Humano, traigo aquí un capítulo en el que desarrollé el concepto mecanicista de la Naturaleza y el origen de la Ecología como ciencia de investigación. Este capítulo es continuación al que dediqué a Chico Mendes y las víctimas del movimiento ecologista, publicado anteriormente en este blog.

La Naturaleza mecánica.

            Chico Mendes y el Amazonas, Diane Fossey y los gorilas centroafricanos... son símbolos de una distinta concepción de la Naturaleza, de una creencia sinérgica en la panigualdad; algo común en las antiguas culturas europeas, entroncadas con las probables raíces animistas de la prehistoria: los celtas y el culto a los árboles, los normandos con sus dioses del trueno, de la lluvia y de los vientos; las deidades geocósmicas de los panteones egipcio, griego y romano.
            Este primitivo concepto de la Naturaleza la comparaba a un organismo, en el que se incluía el hombre, y donde todo funcionaba según los flujos naturales de respiración, alimentación, procreación, muerte y regeneración. El funcionamiento orgánico obligaba al ser humano a cumplir estas normas tal y como se seguían en el mundo natural, esto es, en consonancia con los ciclos naturales, y en la justa medida para la satisfacción de las necesidades. Incluso Pitágoras, Platón y Timeo de Locris enseñaban que el alma humana deriva del alma del mundo, siendo inferior en jerarquía aunque partícipe de su misma esencia, y originalmente indiferenciada. Únicamente, en la última fase de la dominación romana, la decadencia de la moral cívica alcanzó a la moralidad sobre el uso del medio natural.
            Una revolución fundamental en el concepto de la Naturaleza surgió con el triunfo del Cristianismo, tergiversado por la influencia del dogmatismo constantiniano católico u ortodoxo, y el protestantismo, muy distantes del que practicaron las primeras comunidades cristianas creyentes en la reencarnación y el perdón final de todos los pecados. El nuevo Cristianismo dogmático preconizaba el control, por mandato divino, del hombre sobre la Naturaleza; El capítulo 1 del Génesis marcó la pauta a seguir:

            “Y dijo Dios: ‘Hagamos al ser humano a nuestra imagen como semejanza nuestra, y manden en los peces del mar y en las aves de los cielos, y en las bestias y en todas las alimañas terrestres, y en todas las sierpes que serpean por la tierra’.
            Creó, pues, Dios al ser humano a imagen suya, a imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó.
            Y bendíjolos Dios, y díjoles Dios: ‘Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla; mandad en los peces del mar y en las aves de los cielos y en todo animal que serpea sobre la tierra’.
            Dijo Dios: ‘Ved que os he dado toda hierba de semilla que existe sobre la haz de toda la tierra, así como todo árbol que lleva fruto de semilla; para vosotros será de alimento”.
                                                                                                                           Génesis 1, 26-29.

            “Sobre toda carne impuso su temor para que dominara a fieras y volátiles”.
                                                                                                                          Eclesiástico 17, 4.

            El nuevo concepto del mundo natural seguía obedeciendo a un esquema orgánico, pero este órgano estaba diferenciado de la superioridad del hombre, quien disponía de él en aras de su propia proliferación. Este planteamiento continuó hasta pleno siglo XVIII, en el que  Georges Louis Leclerc, conde de Buffon, afirmaba que el hombre era el destinado a completar la obra divina, dando forma a una Naturaleza que, por sí misma, estaba abocada a la decadencia del salvajismo, manifestado en selvas con pantanos infectos y nauseabundos, poblados por alimañas venenosas, o en desiertos áridos habitados por fieras salvajes y despiadadas. Para Buffon, la Naturaleza domesticada, de campiñas y cultivos, parques y jardines, es el estado ideal de perfección al que aspiraba el Creador.
Conde de Buffon
            El esquema de Buffon se completo con el concepto mecanicista del universo, desarrollado a partir de las teorías cosmológicas de Nicolás Copérnico, Johannes Kepler y Galileo Galilei e implantado definitivamente con Isaac Newton. La Naturaleza no funcionaba como un órgano, sino como una máquina perfectamente engranada; cada astro describía una órbita perfecta alrededor de otro astro mayor, y cada especie ocupaba un lugar determinado en el engranaje de la Vida. El evolucionismo darwiniano vino a confirmar este nuevo modelo de funcionamiento natural: Los depredadores están perfectamente adaptados para capturar presas, pero no deben ser numerosos, para no acabar con la potencialidad de su flujo de alimento; por contra, las especies destinadas a alimentar a los depredadores deben ser prolíficas, a fin de no correr el riesgo de extinguirse a causa de una caza masiva. Los animales grandes son longevos y con una pequeña tasa de reproducción, los animales pequeños son efímeros, y con una tasa de reproducción elevada. Los insectos han de ser sumamente abundantes para alimentar a una serie de aves insectívoras, menores en número, y de tamaño mayor que el de los insectos; estas, a su vez, alimentan a otras aves mayores, las rapaces, menos abundantes que las anteriores; y, por último, las carroñeras eliminan los restos animales que podrían causar infecciones en el medio. Si el medio cambia, la selección natural interviene para que las especies se adapten a las nuevas condiciones, y la maquinaria siga funcionando.
            Esta misma idea ya fue planteada y aceptada desde muy antiguo; Lucrecio la expresaba así[1]:

            “El tiempo cambia la naturaleza de todo el ancho mundo; un estado se desarrolla a partir de otro; ninguna cosa es igual a sí misma para siempre, todas las cosas se mueven, todas las cosas son seres errantes de la naturaleza”.

            La admiración que durante el período de la Ilustración manifestaba el hombre por el funcionamiento del sistema natural queda expresada en este comentario de Karl Von Linné[2]:

            “Qué sabia, apropiada es la armonía entre las plantas de cada región, los habitantes y las demás circunstancias. (...) El Autor de la naturaleza ha procurado a cada animal un ropaje perfectamente apropiado a la región que habita, y con qué arte la estructura del cuerpo de los animales es apropiada  a su género de vida y al género del suelo donde viven”.

            Este nuevo planteamiento de la Historia Natural derivó hacia la división en sus diversas ramas de estudio: Química, Física. Botánica, Zoología, Geología, etc.; los engranajes del sistema natural cada vez se manifestaron más pequeños, por lo que la especialización en las diferentes líneas de investigación fue siguiendo una atomización acorde con cada nuevo descubrimiento; el interés por el conocimiento sobre la funcionalidad de cada especie, de cada órgano, de cada célula, de cada orgánulo celular y, por último, de cada reacción genética y bioquímica, marcó las directrices a seguir en el trabajo de los naturalistas, desarrollado principalmente en el laboratorio. Algo que J. Rifkin[3] nos expuso en los siguientes términos:

            “Hemos llegado a un extremo en que cada uno de nosotros sabe más y más sobre menos y menos, y, como sociedad, pronto lo sabremos todo acerca de nada”.

            En 1866, menos de diez años después de la publicación de “El origen de las especies”, el biólogo alemán Ernst Haeckel acuñó el término Oekología, derivado del griego Oikos, “lugar para habitar”, destinado a denominar una nueva disciplina que, aunque desarrollada a partir de la ciencia oficial, mantenía una tendencia desacorde con los métodos y derroteros convencionales; no la atomización en su estudio, sino la globalización, esto es, la investigación de las interacciones entre los seres vivos; coincidiendo también con el segundo aniversario de la publicación, en 1864, de “Man and Nature”, de Georges Perkins Marsh, considerado el primer manual moderno sobre la interferencia humana en el funcionamiento natural. El término actual, ecología, se impuso durante el Congreso de Botánica de Madison (Wisconsin), en 1893, dado que el primer interés generalizado en el estudio de estas interacciones se manifestó entre la comunidad de botánicos.
            El concepto mecanicista del funcionamiento ecológico establecía que la intervención artificial en cualquiera de sus engranajes, supondría una alteración seria en el funcionamiento de esta máquina, con un resultado imprevisible en el futuro, incluso la destrucción del propio ecosistema. Por este motivo, comienzan a investigarse todas las actividades humanas que interfieren con la Naturaleza.
            Todos los atentados cometidos desde entonces contra el funcionamiento mecánico del sistema natural, suponen una amenaza global que nos afecta directamente; pero lejos de hacer caso de los palpables desastres que la aplicación de la tecnocracia mecanicista ha producido, es esta misma concepción mecánica de la Naturaleza la que, en ocasiones, promueve una justificación mercantilista para su explotación masiva.
            Por ejemplo, los recursos pesqueros son estudiados "racionalmente", y se establecen cuotas de pesca inviolables para cada una de las especies con aprovechamiento comercial. El cálculo de crecimiento de una población, con el fin de estimar la cantidad que puede ser capturada sin dañar a la supervivencia de la especie, atiende a dos tipos de desarrollo: si el aporte de los nutrientes esenciales para dicha especie es ilimitado, crece de forma exponencial; mientras que si el aporte nutricional es limitado, crece en forma logística, expresado en una curva formulada en 1849 por el científico belga Pierre-Françoise Verhulst.
            El estadounidense Alfred Lotka, junto con el italiano Vito Volterra, enunciaron una serie de ecuaciones, denominadas de Lotka-Volterra, que explicaban el crecimiento de poblaciones mixtas con interacciones del tipo depredador-presa, produciendo oscilaciones simétricas y desfasadas entre el depredador y la presa.


              Con estos sistemas, matemáticamente establecidos, las organizaciones pesqueras disponen de un método para determinar la viabilidad de las capturas y mantener la estabilidad ecológica, aboliendo así el sistema de pesca precapitalista, que sólo se realizaba en las aguas continentales, el 12% del total oceánico. Con los nuevos medios técnicos, y los cálculos científicos pertinentes, la inmensidad de la mar océana queda abierta. Sin embargo, se pueden poner numerosas objeciones a este supuesto planteamiento científico; para empezar, el reparto de las cuotas de pesca en alta mar se ha realizado de manera dispar, siguiendo siempre los sistemas capitalistas de distribución de la riqueza. Los países desarrollados realizan el 96% de las capturas en las aguas pertenecientes al Centro del Sistema Capitalista, y el 88% en las aguas de la Periferia, dejando a los países subdesarrollados el 30% de las capturas totales.
            Este reparto desigual, y la falibilidad de las fórmulas matemáticas han promovido la esquilmación de la mayoría de los caladeros, haciendo inviables las grandes flotas pesqueras, salvo las que, favorecidas por la negligente y permisiva legislación internacional, utilizan artes ilegales y abusivas, abocando a la destrucción total del ecosistema marino. En definitiva, los cálculos establecidos para el crecimiento de las poblaciones de bacalao o de anchoa, por ejemplo, han resultado totalmente ineficaces; incluso tras los períodos de espera llamados "parada biológica", las capturas han disminuido, en ocasiones, hasta un 90%. Las ecuaciones de Lotka-Volterra fallan, pero esto ya se sabía desde mucho antes.
            En 1934, el científico ruso Giorgii Frantsevich Gause, publicó un estudio[4] en el que analizaba el crecimiento de poblaciones de paramecios en diversas condiciones; en los sistemas de alimento ilimitado y de alimento limitado, las poblaciones seguían fielmente las curvas exponencial y logística respectivamente; sin embargo, al hacer coincidir una población de Paramecium caudantum como presa, y de Didinium nasultum como depredador, las oscilaciones simétricas predichas por Lotka-Volterra no se produjeron; el depredador acabó en todos los casos con la presa y, posteriormente, sucumbió por inanición. Conclusión: la Naturaleza mecánica falla.
            Investigaciones posteriores demostraron que los ecosistemas no son estables, y que dependen de una cierta dosis de anarquía para sostenerse; si su funcionamiento pretende regularse mecánicamente, como es el caso de algunos de los espacios protegidos del mundo, el resultado puede ser catastrófico, tal como ha ocurrido en el Parque Nacional de Tsavo, en Kenya, o en el de Las Tablas de Daimiel, en España.
            De hecho, en algunos lugares del mundo, determinadas especies arbóreas precisan del fuego para poder desarrollarse; los controles de prevención y extinción de incendios en las zonas protegidas donde su ubican dichas especies, han abocado casi a su extinción y, paralelamente, a la simultánea desaparición de los animales que las utilizan como sustento o hábitat. Estos incendios, antes fortuitos, han de ser provocados actualmente de manera controlada para poder recuperar el terreno perdido. Pero no sólo el fuego es a veces necesario, sino que, en ocasiones, fuertes inundaciones, ocupaciones masivas de determinada especie animal, e incluso tormentas y tifones, son necesarios para que se cumpla el ciclo de numerosas especies, animales y vegetales, que pueblan los ecosistemas de la Tierra.
            Grandes catástrofes naturales son seguidas por una nueva oleada de vida, rebosante de vigor. Puede ilustrarlo el caso de la terrible erupción volcánica de la isla de Krakatoa, en el Pacífico, ocurrida en 1883; la pequeña isla quedó totalmente destruida por la erupción; tan solo un islote que emergió posteriormente, llamado Anak Krakatoa -el hijo de Krakatoa- permaneció recordando lo ocurrido en aquel lugar. Sin embargo, y tras la destrucción total de la vida en la isla, un informe realizado en 1948 manifestó que la vegetación ya había ocupado la totalidad de la nueva tierra emergida, y que las poblaciones de pájaros y de mamíferos se habían desarrollado hasta el punto de ser comparables a la existentes en otras islas, de tamaño parecido, que no habían sufrido ningún cataclismo. La máquina perfecta de la Naturaleza vuelve a trocarse en un organismo sujeto al cambio y a la mutación.
            Si la concepción mecánica de la Naturaleza era una teoría equivocada, en la cual se han basado los métodos de explotación durante los últimos cien años, el retorno a los sistemas orgánicos de funcionamiento y producción no han de hacerse esperar. Empezando por la explotación de los mares, pasando por los sistemas agrícolas y ganaderos, y terminando en la producción energética. Debe ser el reencuentro con Gaia; pero el sistema capitalista, cuando por fin se plantea mejorar, tan sólo ocasionalmente, el agotamiento de los recursos y el reparto desigual de las riquezas, sigue proponiendo soluciones tecnocráticas basadas en los actuales medios de producción, abogando por una "racionalización" de los recursos en base a la concepción mecanicista de la Naturaleza, aunque se halla demostrado incapaz; tal es el caso de los miembros del Club de Roma quienes, a pesar de su indudable capacidad y buena intención, desde 1972 están realizando estudios y apoyando iniciativas en este sentido.
            Así, por ejemplo, en Ibadan (Nigeria) se creó a instancias de la ONU el Instituto Internacional de Agricultura Tropical, cuya misión consiste en investigar la producción de recursos alimenticios para paliar el hambre en el tercer mundo; la idea es muy loable, pero el planteamiento, como casi siempre, erróneo. La solución que propone el "mundo civilizado", representado en el Instituto, se basa en los mismos argumentos que han esquilmado los suelos cultivables de Europa y Norteamérica; por ejemplo, en dicha institución se estudia la posibilidad de realizar monocultivos intensivos de la especie vegetal más productiva en proteínas: la soja, originaria de Asia; pero para poder cultivarla en un lugar al que la planta no está habituada, es necesario introducir con ella la bacteria simbiótica causante de los nódulos de sus raíces, desde los que se asimila el nitrógeno atmosférico, con lo que las características del terreno han de cambiar drásticamente. Parece ser que, antes de la llegada de los colonizadores europeos, en Nigeria nadie moría de hambre gracias a sus cultivos de cacao, mandioca, sorgo, patata dulce, o cualquiera de las nutritivas especies naturales del país, así como su antaño excelente ganadería; sin embargo, como en muchos otros lugares, la colonización o el “protectorado” europeo han abocado a éstos países a la miseria, como vimos en un capítulo anterior. Ilustrando este dato, podemos citar el estupendo queso de leche de camella, tradicional de esta región de Nigeria, que antaño alimentaba a buena parte de la población; la especulación occidental sobre este producto, ha encarecido los precios de manera desorbitada para la frágil economía doméstica de los habitantes del país, de forma que se ven obligados a substituir la leche, en el proceso de producción del queso, por un sucedáneo extraído de la soja. Las intenciones del Instituto Internacional de Agricultura Tropical parecen verse más claras.

El campo de maíz de Transeau y la Termodinámica.

            Los monocultivos acaban siempre con la fertilidad de la tierra, por lo que el agricultor se ve obligado a recurrir a los abonos químicos para mantener su productividad; la calidad del producto empeora y la tierra pierde su cubierta vegetal hasta hacerse totalmente improductiva. Resulta evidente para todo el mundo que la vitalidad del suelo es fundamental para la salud. En palabras de Peter Tompkins y Christopher Bird[5]:

            “Una tierra fértil, debidamente abonada, con las bacterias, hongos y lombrices necesarias, limpia de fertilizantes químicos y pesticidas, produce vegetales fuertes y sanos, que rechazan naturalmente las plagas. Las plantas vigorosas hacen fuertes y sanos a los animales y a los hombres. Una tierra pobre produce alimentos pobres en vitaminas, minerales, enzimas y proteínas, que después se traducen en seres humanos enfermizos. Un terreno que ya se ha agotado invita a los agricultores al éxodo del campo para meterse en los barrios míseros de las populosas urbes. En cualquier parte del mundo en que esté en boga la agricultura química, la gente es débil y enfermiza. Las únicas beneficiarias son las compañías que producen las substancias químicas”.

            Corroborando esta afirmación podemos exponer la comprobación, realizada por el biólogo estadounidense Edgar N. Transeau, en 1926, y expuesta ante la Academia de Ciencias de Columbus, en Ohio, con motivo de su elección como presidente de la misma. La experiencia de Transeau se realiza en los campos de maíz de Illinois, en una zona particularmente productiva, donde los observatorios tienen perfectamente medida la insolación anual. Calculando el período de crecimiento del maíz, la cantidad de plantas que pueden crecer en un espacio concreto, el número de granos que proporcionan dichas plantas, y la energía solar consumida por cada planta, pudo establecer el valor energético de la planta y, por tanto, el rendimiento fotosintético del campo de maíz, demostrando los estrechos márgenes en los que se mueve la vida vegetal. La planta de maíz estudiada, en unas condiciones sumamente benignas, utiliza tan solo el 1,6% de la energía disponible, con una eficiencia de alrededor del 8%.
            Considerando estos datos, todo lo más que puede hacer la moderna agricultura es seleccionar plantas que almacenen una mayor cantidad de glúcidos en las partes comestibles, pero a riesgo de agotar una energía que la planta puede necesitar para otros menesteres, tales como evitar plagas y parásitos, lo que en su caso debe hacer el agricultor por medios químicos, algo que antes realizaban las plantas de forma natural. Todos los esfuerzos de la ciencia en los últimos años no han conseguido aumentar el rendimiento fotosintético; además, el 1,6% calculado por Transeau sólo se produce en condiciones excepcionalmente favorables, y es muy difícil que esta producción, que depende de factores tan diversos como las condiciones climáticas o déficits de minerales o agua, se pueda dar en otros lugares del mundo. Estudios posteriores llevados, en este sentido, por Chancey Juday y Raymond Lindeman aportan datos concluyentes en favor de esta tesis.
            Si la Naturaleza obtiene tan poco rendimiento de la energía disponible y, en cambio, da resultados tan exuberantes como las selvas tropicales o el bosque atlántico, nos vemos obligados a reabordar un terreno que la ecología científica siempre ha reconocido; una comunidad forestal, no es un simple agregado de árboles con funcionamiento mecánico, sino un organismo con una estructura compleja e interconectada, como un sistema neuronal, en el que las interacciones producidas entre cada parte condicionan el funcionamiento de las demás; las actividades realizadas por las especies animales dentro de ese organismo vegetal, no se oponen a él, sino que lo complementan aumentando el flujo de interacciones y, por consiguiente, la complejidad del organismo. El régimen de lluvias o de insolación en cada región es sumamente variable, al tiempo que las fluctuaciones de las distintas especies, depredadores y presas, herbívoros y alimento vegetal, también son considerables; esto implica un proceso alterno de crisis y clímax, pero en un organismo sano, dentro de un funcionamiento orgánico natural, toda esta alternancia de condiciones favorecen su autorregulación y regeneración.
            El sistema mecanicista de Lotka, basado en la 2ª ley de la Termodinámica[6], ha quedado superado de manera evidente por el sistema orgánico, relacionado con la termodinámica de los sistemas lejos del equilibrio, conocida en gran medida gracias al trabajo de Ilya Prigogine, postulando que estos sistemas se mantienen por ciclos de reacciones catalíticas con una notable capacidad de persistencia en condiciones muy dispares, favorecidos por flujos de energía duraderos, aunque de carácter caótico[7], alternando con períodos de estabilidad, y otorgando al sistema una tendencia estadística hacia la multiplicidad, originando un proceso de evolución que llevó de los sistemas químicos simples a los complejos, y de éstos a las moléculas orgánicas, células procariotas, eucariotas y, finalmente, organismos pluricelulares.
            Sin embargo, y a pesar del reciente conocimiento de este sistema funcional, se sigue insistiendo en la manipulación mecánica, algo que actualmente se pretende realizar mediante la ingeniería genética, con muy escasos resultados; si se consigue una propiedad destacable es a costa de sacrificar otras no menos necesarias. Ángel Sánchez de la Torre, director del departamento de Filosofía del derecho, moral y política en la Universidad Complutense de Madrid, y consejero de la Sociedad Europea de Cultura, expone al respecto[8]:

            “La naturaleza constituye sistemas integrados donde cada elemento trata de equilibrarse en su universal interrelación. Los datos fundamentales buscan cada uno su lugar como si fueran inteligentes de sí mismos. Si tratamos de cambiar este equilibrio inmanente cuya fuerza mantiene la salvación, todo se derrumbaría y se quedaría en nada. Pero nuestros sentidos no alcanzan a saber, ni a distinguir, ni a barruntar, ni a adivinar dónde se halla el punto de gravedad de todo el sistema. Sin embargo aparecen continuamente transformaciones y cambios incluso en las costumbres y en la naturaleza misma de los hombres, sin que los arcanos principios revelen a nuestros sentidos las más sutiles explicaciones de la inmensa realidad que tenemos delante de los ojos. (...) Esto significa lo siguiente: se da un mal inminente en la dirección del desarrollo humano, en cualquier intervención genética que pudiera transmitirse hacia el futuro por la necesaria imposibilidad de conocer todas sus secuencias. Se trata de un muro que es preciso ahondar y fortalecer para impedir que en esa dirección se produzcan resultados desastrosos para la suerte de la humanidad misma. Me refiero al tabú de la manipulación incondicional”.

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    [1] Lucrecio: "De la naturaleza de las cosas". Ed. Cátedra, Madrid, 1983.
    [2] C. Von Linné, "El equilibrio de la Naturaleza". Cita en Jean Paul Deléage, "Historia de la Ecología". op. cit.

    [3] Jeremy Rifkin y Ted Howard, "Entropía", Ed. Urano, Barcelona, 1990.
    [4] G.F. Gause, "The Strubble for Existence", Williams and Wilkins Co., Baltimore, 1934.


    [5] Peter Tompkins y Christopher Bird, "La vida secreta de las plantas". Javier Vergara Editor, S.A. Buenos Aires, 1988.
    [6] La Termodinámica es una parte de la física que se ocupa de las relaciones que afectan al calor y el trabajo, entre las que se encuentran propiedades como el coeficiente de dilatación, calores específicos, compresibilidades, presiones de vapor, calores de transformación, etc. Es una disciplina experimental que se basa en dos principios:
                1º) La energía suministrada a un sistema en forma de calor es invertida por éste, en parte, para producir un trabajo, mientras que el resto se emplea para aumentar la energía interna de dicho sistema, llegando únicamente en el caso de que el sistema realice un ciclo a entregar energía en forma de trabajo igual a la recibida en forma de calor.
                2º) Es imposible transformar el calor en trabajo mecánico si no se dispone de dos fuentes caloríficas a temperaturas diferentes.
                Los ecosistemas, en su concepción mecánica, no quedaban libres del cumplimiento de estas leyes, considerando que todas sus interacciones constituyen, en realidad, intercambios de energía en forma de calor. Un personaje de la mitología de los físicos, llamado "el diablillo de Maxwell", sería el único capaz de vencer el 2º Principio de la Termodinámica; este personaje manejaría una portezuela que separa dos recintos cerrados, permitiendo que las moléculas más rápidas que la media penetraran en uno de ellos, y las más lentas que la media en el otro; las moléculas de alta velocidad corresponden a una temperatura elevada, y las de baja velocidad responden a una temperatura menor, con lo que la diferencia de temperatura en ambos recintos se iría haciendo cada vez mayor; esta diferencia de temperaturas podría utilizarse para mover un motor, un supuesto imposible de cumplir en la práctica. Pero la nueva concepción de la Termodinámica de los Sistemas lejos del equilibrio, permite prescindir del "diablillo", si se tiene en cuenta que los incrementos de orden en un sistema se compensan por el llamado "flujo de entropía".
                De la 2ª Ley de la Termodinámica se infiere la Ley de la Entropía, esto es, la tendencia de la energía a volverse inutilizable y desorganizada tras su utilización por los diferentes sistemas abiertos, cerrados o aislados; esta ley se torna fundamental cuando se aplica a cualquier fenómeno de nuestra existencia física; por ejemplo, el carbón contiene energía utilizable (entropía negativa), al quemarlo se produce un trabajo, y la energía se transforma en no utilizable, escoria, y gases de combustión (entropía positiva); en función de la 1ª Ley, la energía se mantiene, pero su estado actual la convierte en altamente desorganizada para su utilización en la producción de trabajo.
    [7] Caótico no es sinónimo de desorganizado; en los modernos conceptos de la física y de la matemática, alude a un orden complejo y sutil de interacciones difícilmente predecibles.
    [8] Ángel Sánchez de la Torre, "La libertad de investigación: Su responsabilidad ético-social". Conversaciones de Madrid, Universidad Complutense, Madrid 1992.




4 comentarios:

  1. Hola, gracias por el comentario. Me alegro de que te haya parecido interesante. Mañana publicaré un nuevo post con datos sobre el cambio climático. Un saludo.

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  2. Guau, un articulo digno de publicarse en una revista científica (¡¡¡si tiene hasta citas bibliográficas!!!)
    Enhorabuena por tan fantástico trabajo, te lo has currado pero bien.
    Hace casi un mes asistí a una conferencia-coloquio organizado por investigadores del CSIC que tienen un grupo de divulgación científica llamado Ciencia con chocolate. Aquel día vino como ponente Luis Lassaletta, un experto biólogo especialista en el estudio de la sostenibilidad de los sistemas agrarios, el título de la charla fue"¿Es posible producir alimentos sin poner en riesgo el medioambiente?" y nos instruyó sobre la manera en que la producción agraria y ganadera ha de sufrir cambios profundos para mantener los recursos del planeta. Fue súper interesante pero el panorama no se presentaba muy alentador.
    Yo me pregunto si para poder coexistir el hombre con el medioambiente, el consumo de productos locales y de temporada es suficiente.
    ¿Qué opinas de la biotecnología? ¿Los cultivos transgénicos pueden ser la solución?
    Reitero la enhorabuena por tan excelente trabajo
    Un abrazo.

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    1. Hola Paloma. Gracias por tu comentario y tu admiración por las citas bibliográficas (jejeje). No es mi primer artículo en el que las incluyo, otros con carácter divulgativo científico también las tienen (Economía, Lao Tse y Ecología; el grito de la Tierra-El tabú demográfico y La ONU nos avisa: Tenemos diez años para salvar el planeta). Respecto a la biotecnología llevamos miles de años poniéndola en práctica por medios artesanales, y aplicar ciencia en ella me parece absolutamente conveniente; los productos de temporada y proximidad no escapan a la biotecnología artesanal. Los transgénicos es otro cantar, y no precisamente porque sean inviables o antiecológicos, sino por la política comercial que los rodea. Por ejemplo, empresas como Monsanto, el principal proveedor de semillas del mundo, Manipula sus productos para que las plantas produzcan semillas estériles, por lo que el agricultor no puede recolectarlas para su próxima siembra, sino que debe volver a comprar las semillas a la empresa; además, también manipula los genomas para que ese cultivo solo admita los abonos y pesticidas de Monsanto. En otros casos se han dado hibridaciones de transgénicos con cultivos locales aledaños, lo que confiere a dichos cultivos parte de las características transgénicas que mencioné antes. La ciencia de los transgénicos puede ser una solución para una población creciente, pero abandonando los usos comerciales que la controlan. Otra opción es limitar el crecimiento demográfico, lo cual resulta altamente inviable, aunque sería necesario conseguir un control sobre el crecimiento exponencial porque vivimos en un sistema cerrado con recursos finitos que no puede sustentar un crecimiento infinito de población y economía.
      Por último, esta tarde voy a publicar un nuevo artículo sobre el cambio climático en el que también incluyo citas (de nuevo jejeje).
      Un abrazo.

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    2. Me alegra saber tu opinión y comprobar que coincide con la mía.
      Tuve que impartir durante varios cursos un seminario sobre transgénicos y riesgo percibido, en ese seminario exponía los datos sobre seguridad alimentaria de los productos transgénicos y la percepción que la población tenía al respecto (con datos de un trabajillo que hice con unas encuestas). Yo les preguntaba a los alumnos qué pensaban de la biotecnología y luego ellos querían saber qué opinaba yo, mi respuesta siempre era la misma: desde un punto de vista nutricional, los alimentos transgénicos no suponen un riesgo para la salud, al menos, no uno mayor que el de cualquier otro alimento, pero mis reservas eran de tipo ético, es decir, los abusos de grandes empresas como Monsalvo, ahí está el peligro pero creo que con buenas políticas gubernamentales se podrían atajar esos desmanes.
      No sigo extendiéndome que me enrollo mucho.
      Un abrazo.

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