Un famoso cuento hindú narra que, en
cierta ocasión, había un monje que sólo poseía dos cosas: la túnica que llevaba
puesta y otra suplementaria que mantenía doblada y guardada para cuando le
fuera necesaria. Un día decidió retirarse para vivir como ermitaño en una
cueva, meditando sobre las verdades transcendentes de Brahman. Así lo hizo
durante algún tiempo; se dedicaba con gran intensidad a la meditación, y tan
solo ocasionalmente, cuando la necesidad de alimento resultaba implacable,
descendía por la ladera de la montaña para mendigar en la ciudad el sustento
que necesitaba. Un día, cuando regresó a la caverna, descubrió que los ratones
habían roído su túnica de repuesto, por lo que se vio obligado a comprar otra,
con un gran esfuerzo para su mermada economía, junto con un gato para que le librara
de los roedores. En poco tiempo, se dio cuenta de que necesitaba proveer de
leche al gato todos los días, lo que le obligó a bajar continuamente a la
ciudad para conseguirla, y así, gradualmente, su tiempo de meditación se fue
haciendo más corto. Al darse cuenta de esta circunstancia, decidió adquirir una
vaca que le suministrara diariamente la leche, evitando la necesidad de perder
el tiempo en el largo trayecto que le separaba de la ciudad, pero la vaca
precisaba importantes cuidados: había que ordeñarla, llevarla a beber,
proveerla de comida durante el invierno... Para atender todas las necesidades
del animal, se vio obligado a tomar esposa, y las responsabilidades del
matrimonio le alejaron totalmente de la vida de contemplación y austeridad que
se había propuesto.
El ejemplo puede parecer pintoresco y exagerado a
algunos lectores, aunque no podemos negar que, en muchas ocasiones, una necesidad lleva a la siguiente en un
círculo vicioso interminable, pero, evidentemente, la mayoría de las personas
ya han adquirido una serie de responsabilidades que les impiden limitar sus
posesiones a una sola túnica. Aún así siempre hay un límite a partir del cual las
necesidades pasan a ser caprichos, y son los caprichos los que nos someten a la
segunda ley de la Termodinámica (ver entrada anterior: Orígenes de la ciencia ecológica).
Los ecosistemas también generan unas
necesidades que deben cubrir, y realizan un esfuerzo energético para
satisfacerlas; pero en estos ambientes naturales, la ley de la entropía no
funciona. Si extraemos a un animal o una planta de su ámbito natural,
cualquiera de ellos, por sí solos, también se encontrarían ligados al ciclo de
consumo entrópico; la degradación a la que someterían al medio sería mayor que el
beneficio energético que el animal o planta obtiene individualmente; sin
embargo, un ecosistema establecido como unidad singular encuentra la forma de
sobreponerse a esta norma: produce tanta energía utilizable como consume -y en
ocasiones incluso más-, consiguiendo organizar un sistema autorregulado en
constante expansión; la única energía que no es capaz de producir es la que
recibe de la radiación solar, y esta, de momento, no falta. Simplemente
limitan la entropía a la utilización de la luz del Sol, igualando la
degradación energética del entorno a la absorción de esta luz. Así pues, un
ecosistema funciona, en primer lugar, porque limita su consumo a la cantidad de
energía solar que asimila.
Un ecosistema en estado natural, sin
intervención humana, también está sometido a un importante control demográfico,
limitando las diferentes poblaciones específicas a las posibilidades de
utilización de la energía solar, captada exclusivamente por las plantas verdes,
quienes transforman esta energía primordial en otra utilizable por las especies
animales. Si una sabana de África se halla poblada, supongamos, por hierba y
árboles, antílopes y leones, la población animal se encuentra totalmente
supeditada a la presencia vegetal que los sustenta. En el caso de que los
leones se reprodujeran alarmantemente, matando a todos los antílopes, pronto se
quedarían sin alimento y se verían abocados a morir de hambre; sin embargo, en
caso de que ocurriera lo contrario, que los leones dejaran de cazar, los
antílopes se multiplicarían en tal número que acabarían con los pastos y
también morirían de inanición al cabo de poco tiempo. Un número limitado de
antílopes, controlados por una población de leones también limitada, es capaz
de mantenerse gracias a una producción de pasto constante. En conclusión, tanto
el número de leones como de antílopes se encuentra supeditado a la cantidad de
hierba que la sabana es capaz de producir; y esto nos lleva a una segunda ley
de funcionamiento de los ecosistemas: La supervivencia está condicionada por la
cantidad de recursos renovables que se obtienen de la naturaleza.
Si trasladamos estas dos premisas a
la estructura social de la humanidad, nos encontramos con que, para conseguir
un modo de vida armónico y compatible con las necesidades planetarias, hemos de
limitar nuestro consumo energético y controlar el crecimiento demográfico.
Sin embargo, la herencia histórica
basada en la única pretensión de satisfacer nuestros caprichos -las necesidades
auténticas están basadas en cosas muy distintas a las que nos rodean en
nuestros modernos hogares-, es demasiado pesada. Llegar a planteamientos
auténticamente conservacionistas supone contrariar una educación que,
prácticamente, se halla incluida en nuestros genes.
Inmediatamente nos asalta la
siguiente duda: “Está bien preocuparse por la Naturaleza, pero nuestras
necesidades, como seres humanos y pensantes, alcanzan más allá de la
satisfacción de las simples exigencias orgánicas: agua, comida, abrigo, etc.
Necesitamos cultivar nuestra mente a la par que nuestro cuerpo; necesitamos,
cultura, esparcimiento”.
Pero pensemos seriamente en este
asunto; ciertamente necesitamos cultura y esparcimiento, ¿y quién lo niega?
Volvamos nuevamente a fijarnos en los sistemas naturales. Ya expusimos
anteriormente que los ecosistemas se limitan a equiparar su consumo energético
a la cantidad de energía solar que son capaces de aprovechar; sin embargo,
aún queda un elevado porcentaje, alrededor del 98% del total de esta energía, que permanece
inutilizado. Además, aún con este mínimo consumo, los ecosistemas son capaces
de producir excedentes que les ayudan a expandirse. Un bosque comienza por ser
unos simples grumos herbosos extendidos a lo largo de un paisaje pedregoso;
unas pocas hierbas, flores, y algunos animales como roedores, insectos y
zorros, son capaces de producir sistemáticamente una mayor cantidad de humus de
la que han consumido; este humus permite el desarrollo de plantas mayores y de
un considerable número de especies animales, prosperando hasta constituir un
gran ecosistema boscoso. Es cierto que el desarrollo de un bosque de estas
características depende, en gran medida, de las condiciones climáticas de la
región; pero a nivel global, recordemos que, antes de la aparición de la vida
sobre el planeta, no había ni un gramo de humus en toda la superficie
terrestre; y sin embargo, a lo largo de los millones de años transcurridos
desde aquel remoto origen, gran parte de la Tierra se ha convertido en un
vergel.
Trasladando este planteamiento a la
pregunta que nos hacíamos anteriormente, encontramos que una reducción de
nuestro consumo energético, junto con un importante control demográfico, no nos
impide cultivar nuestro intelecto y emociones al mismo tiempo que cuidamos de
la salud de nuestro cuerpo, de la sociedad y del planeta.
Si centramos la atención
en nuestro propio mundo, encontramos que, al tiempo que las leyes universales
actúan sobre él del mismo modo que sobre nosotros, el planeta, Gaia en la hipóteis de Lovelock y Margulis, ha sabido aprovecharse
de ellas para favorecer el impresionante objetivo de proporcionar vida orgánica
a un incalculable número de seres. Esta es la actitud de un verdadero sabio con
respecto a la Vida.
En otros post de este blog,
contrapusimos a la sabia actuación de Gaia, la negligencia imperante en la
conducta humana a lo largo de las épocas, alcanzando la cumbre de la estupidez
en el momento actual. Vimos como son muchas las pulsiones que nos arrastran a
la degradación del ambiente en aras de la satisfacción de nuestros caprichos;
pero, sobre todo, estas se traducen en dos palabras: poder económico; y para conseguirlo hemos sido capaces de las
mayores atrocidades. Hemos masacrado, envenenado y destruido. Hemos logrado
refinar nuestro sadismo para que, unido a la capacidad de nuestra mente
criminal, consigamos organizar el mundo y las sociedades en función de los
intereses del capital multinacional. Guerras y hambrunas masivas han sido
perpetradas por estas mentes.
Pero el refinamiento ha llegado
mucho más allá; incluso las tasas de incremento demográfico han sido obtenidas
mediante un aleccionamiento sabiamente intencionado. Cuanto mayor sea la
población consumidora, mayores ingresos obtendrán los productores de los útiles
de consumo. Si a un país superpoblado de África o Asia, se le hace permanecer
empobrecido, dependerá exclusivamente de la cantidad de alimentos que pueda
adquirir a los países del primer mundo. Cuanto mayor sea el número de sus
habitantes, mayor será el reparto de los escasos bienes que posee, lo que redundará
en el empobrecimiento permanente del país (ver entrada anterior: Economía, Lao-Tse y Ecología).
Los poderes que dominan el mundo son
imperios económicos, y a estos poderes ocultos no les interesa el control
demográfico, no les interesa la limitación del consumo ni tampoco la reducción
de los sistemas de producción; por el contrario, el único interés del capital
multinacional radica en su expansión a todos los niveles, y esta expansión de
la riqueza, acumulada en manos de los poderosos, se traduce en expansión
demográfica, expansión de los consumidores potenciales, y expansión de los
productos de consumo, demostrando una vez más que las ecuaciones de Lotka-Volterra (ver entrada anterior: Orígenes de la ciencia ecológica) no son determinantes ni para la regulación de los depredadores naturales ni para los depredadores económicos.
No obstante, la circunstancia más
grave ocurre cuando nosotros, sumisamente, nos dejamos seducir por ellos,
porque, en el fondo, prácticamente todos queremos ser como ellos. Son las
pulsiones adquiridas por nuestra herencia histórica a lo largo de este
Kali-yuga. Todos exigimos nuestro derecho a la riqueza; y si unos pocos, el
diez por ciento de la humanidad, lo tienen en abundancia, y lo esgrimen como
argumento en favor de la democracia y el progreso, inevitablemente el noventa
por ciento restante demanda, con toda la razón del mundo, un trato similar.
Desgraciadamente, esta posibilidad
resulta inviable; el ritmo de consumo de los ricos no puede ser soportado
durante mucho tiempo por el planeta en su estado actual, y mucho menos si dicho ritmo de consumo se
generaliza a toda la humanidad. La única solución consiste en reducir el gasto
del primer mundo, y elevar paulatinamente las posibilidades de los países
pobres, hasta alcanzar un punto intermedio viable; por desgracia, esto topa con
varios inconvenientes serios. Por supuesto, los imperios macroeconómicos
utilizarán todo su poder para impedir una solución de este tipo, y a esa
impresionante fuerza opositora habrá que sumar la reticencia que los ciudadanos
de occidente mantendrán ante la disminución de sus posesiones y ritmo de vida;
por otro lado, si ya se ha excedido el punto de equilibrio energético con la
actual distribución del consumo, éste ha de ser reducido, inevitablemente, a
valores muy inferiores a los actuales, lo que condicionará que el punto medio
definitivo que solucionaría la discriminación en la distribución de la riqueza,
deba ser obligatoriamente inferior a la media de consumo actual, lo que choca
frontalmente con el derecho de los países pobres a exigir el nivel de vida que
el primer mundo ostenta y promociona.
Se plantea un problema que, aunque
matemática y racionalmente parece simple, su solución resulta
impresionantemente complicada. El gen del egoísmo, si es que este gen existe,
ha de ser cambiado por el gen del desprendimiento. Los instintos de odio,
agresión, recelo, junto con las pulsiones innatas de satisfacción de todos
nuestros caprichos, han de ser reemplazados por la comprensión, la caridad, la
verdadera justicia, la alegría de compartir, la moderada austeridad. En
definitiva, hemos de modificar nuestros hábitos de vida a partir de un cambio
radical en nuestras conciencias, desechando impulsos atávicos grabados
firmemente en nuestros cerebros.
Comencé este artículo contando la historia del monje que se vio obligado a abandonar la vida monástica por causa de la necesidad de posesiones. Existe otra versión de la historia con un final diferente: El monje estaba tan preocupado por la conservación de su túnica de repuesto que, cuando dejaba la cueva en la que vivía para mendigar comida, no podía permanecer en paz, además las horas que dedicaba a la meditación se veían constantemente turbadas por dicha preocupación. Un día, al regresar de mendigar el sustento en la ciudad, se encontró la túnica totalmente comida por los ratones; en ese momento se sintió en paz pues el motivo de su preocupación había desaparecido. A partir de entonces pudo meditar con tal claridad que alcanzó la iluminación.
Comencé este artículo contando la historia del monje que se vio obligado a abandonar la vida monástica por causa de la necesidad de posesiones. Existe otra versión de la historia con un final diferente: El monje estaba tan preocupado por la conservación de su túnica de repuesto que, cuando dejaba la cueva en la que vivía para mendigar comida, no podía permanecer en paz, además las horas que dedicaba a la meditación se veían constantemente turbadas por dicha preocupación. Un día, al regresar de mendigar el sustento en la ciudad, se encontró la túnica totalmente comida por los ratones; en ese momento se sintió en paz pues el motivo de su preocupación había desaparecido. A partir de entonces pudo meditar con tal claridad que alcanzó la iluminación.
"reducir el gasto del primer mundo, y elevar paulatinamente las posibilidades de los países pobres", ufff qué complicado. Me parece toda una utopía, aunque sea una idea más que sensata,
ResponderEliminarOtra cosa que me parece sensata pero también difícil de implementar es controlar la demografía.
Estupenda leyenda y de los dos finales me quedo con el segundo, necesito agarrarme a historias felices.
Un abrazo.
Hola Paloma, este mes he descuidado un poco el blog porque me he dedicado un poco más a mi próxima novela; así pues, con un poco de retraso, respondo a tu excelente comentario.
EliminarEn efecto, ante la situación ambiental actual sólo caben las protestas y la utopía, porque la realidad marca el camino que seguimos y nos conduce inexorablemente al desastre. La situación actual con la pandemia parece haber acercado la utopía un poco más, pero todo indica que cuando la pandemia esté superada las emisiones de GEI volverán a repuntar de forma exagerada y retornaremos al camino del desastre. Respecto al control demográfico me parece incluso más utópico que el control del gasto. Enhorabuena por tu blog que me parece excelente. Un abrazo.