La
actuación humana ha alterado considerablemente el funcionamiento de los
ecosistemas de todo el planeta; aunque cuando dicha intervención se realiza
trabajando dentro de un sistema natural de producción y abastecimiento, se
transforma en una colaboración dentro de los ecosistemas que resulta de suma
utilidad; recordemos que los ecosistemas son inestables y necesitan de cierta
anarquía para perfeccionar su funcionamiento; esta intervención anárquica viene
dada por los cultivadores tradicionales, con los métodos naturales de abono y
la rotación de cultivos para no agotar la tierra; o por los ganaderos de
especies autóctonas, generalmente trashumantes, cuyas reses, aparte de abonar
el terreno en el que pastan, expanden las semillas de numerosas plantas que las
utilizan para tal fin. Hay paisajes extensos, con un exquisita belleza natural y
un funcionamiento armonioso, que no serían lo que son sin una intervención humana
respetuosa y en armonía con el entoro; podemos citar como ejemplo las extensas
praderías y bosques de los montes cantábricos, o las extraordinariamente
productivas -ecológicamente hablando- sabanas del semidesierto australiano.
Aparte
de estas actuaciones tradicionales y adaptadas al ecosistema somos especialista
en interferir destructivamente, de forma consciente, calcylada y premeditada,
en aras de un supuesto desarrollo basado en el incremento económico,
demográfico e industrial, con su carga contaminante añadida y su contundente implicación
en el Cambio Climático. Aparte de esto, alguna otra acción humana, en este caso
involuntaria o no calculada, puede ocasionar alteraciones en los ecosistemas, y
sólo el tiempo nos dará a conocer su resultado.
Por
ejemplo, podemos considerar inevitable la propagación de las especies vivas,
por medios absolutamente dispares y a lo largo de toda la existencia de la Vida
en la Tierra, hasta el último confín el planeta. Especies que tuvieron su
origen en Asia fueron capaces de alcanzar América u Oceanía; otras que se
originaron en el pretérito continente de Gondwana, alcanzaron, mediante el
increíble barco llamado posteriormente La India, el sur del continente
asiático, invadiendo los descendientes de estos primitivos animales la nueva
tierra alcanzada.
Sin
embargo, si esta dispersión se ha realizado antiguamente de forma natural,
ahora se han encontrado las especies viajeras con una vía de transporte
increíblemente rápida y eficaz: los barcos, trenes, aviones o automóviles
puestos a su disposición por los gentiles humanos. Las ratas han invadido el
mundo, igual que las cucarachas; los conejos -estos transportados conscientemente-
hacen el Agosto en Australia; los gatos en Nueva Zelanda, y el escarabajo de la
patata en todas partes. La historia de este minúsculo animal puede darnos una
idea de la vocación viajera de algunas especies.
El
escarabajo de la patata (Leptinotarsa
decemlineata) fue descubierto en Colorado (EE.UU.), estando confinado a
mediados del siglo XIX en las Montañas Rocosas, con dos variaciones geográficas
aisladas en las altas regiones de México. Cuando los primeros colonos
remontaron el alto valle del Mississipi, llevaron en sus ropas, y en los pelos
de sus animales, las espinosas semillas de las plantas que servían de alimento
al escarabajo, una variedad de solanáceas, propagándolas a lo largo de todo el
recorrido que estos pioneros realizaron. En 1860, el escarabajo, siguiendo la
línea de propagación de la planta, ya se encuentra en los campos de patatas de
los buscadores de oro en California. Los insectos aprovecharon la construcción
del ferrocarril Pacific Railway, que recorre Norteamérica de Oriente a
Occidente, pudiendo alcanzar así el Este del continente, hasta que en el otoño
de 1875 llegaron en desbandada a Boston y a los puertos del Atlántico. En 1877
el escarabajo embarcaba y alcanzaba Alemania, desde donde planificó la invasión
del Norte de Europa. Otro contingente del insecto llegó, en 1917, con los
soldados americanos que participaron en la Primera Guerra Mundial, y
conquistaron la región de Burdeos. En 1934 prácticamente tomaron Francia, y,
desde allí, antes de la Segunda Guerra Mundial, habían sometido a toda Europa.
Evidentemente,
no han sido sólo los escarabajos los beneficiarios de los avances de la
tecnología humana; puede citarse el caso de las cigüeñas que emigran de Europa
hacia África, estas aves originalmente estaban obligadas a realizar el viaje exclusivamente
de día, para aprovechar las corrientes de aire ascendentes ocasionadas por el
calor del desierto, con lo sofocante que esta travesía puede llegar a ser; en
la actualidad realizan gran parte del recorrido volando de noche, evitando así
el calor del Sahara, y utilizan las corrientes térmicas que, procedentes de las
grandes llamas existentes en las torres de los campos petrolíferos, les
permiten mantener la altura de su vuelo, al tiempo que, probablemente, el pasar
de un campo petrolífero a otro les sirve de orientación para llevar a buen
término su viaje migratorio anual.
Sorprende
este excepcional grado de adaptación que nos muestran el escarabajo, la
cigüeña, las ratas, los perros y muchas otras especies, entre las que se pueden
citar numerosas plantas, algo que entra
en abierta contradicción con la apabullante inferioridad que en algún sentido
manifiesta la especie humana, cada vez más perdida en entornos naturales y más
dependiente de la tecnología..
Otro
aspecto en el que los humanos parecemos inferiores (quizá más que parecerlo lo
seamos realmente o, como poco si no inferiores al menos similares) con respecto
a algunas especies animales radica en la capacidad comunicativa con los
diferentes, tanto humanos como no humanos. Por ejemplo, tras numerosas
investigaciones etológicas, con la intención de desentrañar las costumbres y
modos de comunicación dentro del mundo animal, se ha avanzado lo suficiente
como para determinar, sin ningún lugar a dudas, que la gran mayoría de especies
manifiestan algún tipo de comunicación sistematizada, pudiendo en algunos casos
asegurarse que poseen un lenguaje en toda regla; sin embargo, ningún humano ha
sido capaz de aprender la clave de estos lenguajes hasta el punto de hacerse
entender por la especie estudiada. Pero la culpa no es de los animales; ellos
nos sacan la suficiente ventaja como para poder aprender las claves comunicativas
que nosotros les enseñemos; el ejemplo más claro lo encontramos entre los
simios antropoides, pues aunque la diferenciación fonética impide el
aprendizaje de cualquier idioma hablado, sí muestran una especial
predisposición para aprender a comunicarse mediante signos informáticos o,
mucho más comúnmente, y no menos admirable, mediante el lenguaje gestual de los
sordomudos.
Un caso
notable fue expuesto por los doctores Allen y Beatrice Gardner, de la
Universidad de Nevada, quienes habían adoptado desde su nacimiento a la
chimpancé Moya, la cual había aprendido en poco tiempo hasta 117 palabras del
lenguaje de los sordomudos. Una de las aficiones favoritas de la simpática mona
consistía en dibujar garabatos en un bloc, al tiempo que "papá" Gardner
trabajaba en su despacho. Un día realizó un dibujo muy esquemático en una hoja
limpia, por lo que el Dr. Gardner indicó a Moya que lo completara, a lo que el
animal contestó: -¡Está terminado!-; Gardner preguntó entonces qué representaba
el dibujo, Respondiendo Moya tajantemente: -¡Pájaro!-. Como el doctor no
quedaba muy satisfecho con la representación, dudando de si se trataba
realmente del dibujo figurativo de un pájaro, o del símbolo que lo representa
en el lenguaje de los sordomudos, repitió varias veces la pregunta, a lo que la
mona respondía permanentemente -¡Pájaro!-, al tiempo que miraba a su tutor como
quien mira a un estúpido que no comprende algo tan elemental.
La obra
de otros dos extraordinarios simios pintores, el chimpancé Congo y el mono
capuchino Pablo, fue presentada en sociedad ante diversos expertos en arte
moderno, por el zoólogo Bernhard Rensch, quien mostró los cuadros sin indicar
su procedencia; los expertos indicaron que las obras mostraban una armonía y un
dinamismo extraordinario, tanto en las formas como en el colorido, al tiempo
que un experto psicólogo afirmó que tales trazos sólo podían proceder de una
muchacha altamente agresiva y esquizoide. Ante la curiosidad general por el
autor de dichas pinturas, Rensch desveló su identidad, lo que motivó que,
actualmente, tenga este zoólogo muchos enemigos en el gremio de críticos de
arte, quienes consideraron la experiencia como una burla a la pintura moderna.
Pero lo
que queda de manifiesto es, precisamente, la gran capacidad de expresión mostrada
por los monos, tanto dialécticamente en el primer caso, como artísticamente en
el segundo, invadiendo terrenos supuestamente reservados a los humanos; Ellos
son capaces de aprender a entrar en nuestro mundo. ¿Somos nosotros tan
inteligentes como para aprender a entrar en el suyo?
Los
gestos de humanidad de los animales no se limitan a los simios ni a los
mamíferos; el etólogo alemán Vitus B. Dröscher[1] nos ilustra un emocionante caso registrado entre las
aves:
“Cuando sobrevino la desgracia, los
ánsares comunes Peer y Senta llevaban largos años de feliz e inseparable vida
en común. Pero un día, unos científicos apresaron a la hembra en un lago
situado en Abbensen, cerca de Peine (Baja Sajonia de la República Federal de
Alemania), para efectuar experimentos de laboratorio con ella.
Peer logró escapar gracias a la
confusión de la captura. Lo lógico era que, después de lo sucedido, creyera que
Senta había muerto a manos de los hombres. Pero el ánsar, en vez de buscar
nueva pareja, se aferró a la idea de que Senta estaba viva y podría encontrarla
de nuevo en cualquier momento y en cualquier parte.
El verdadero amor consiste
precisamente en considerar posible lo que menos probable es, y en no ahorrar
esfuerzo para reunirse con el ser querido. Durante medio año, Peer voló cada
tercer día sobre el lago de Abbensen, dando grandes voces. Además recorrió
todos los lagos, ríos, estanques y hasta las más insignificantes charcas de
toda la región, desde Hannover hasta Hildesheim, Braunschweig, Gifhorn y Celle.
Al cabo de medio año, por fin, los
científicos terminaron sus experimentos con Senta y la dejaron en el pequeño
lago de Dowe, próximo a Braunschweig y que sólo tiene una extensión de 100 x
100 m. Dos días más tarde la había descubierto Peer. Volando en picado aterrizó
junto a ella. Ambos ánsares extendieron al máximo sus alas, revolotearon llenos
de excitación pecho contra pecho hasta alcanzar los tres metros de altura, se
abrazaron con entusiasmo y entonaron un largo concierto de trompetas”.
Nuestra
superioridad con respecto a los animales, evidente en algunos aspectos, queda
en entredicho en otros con muchos ejemplos que podemos entresacar de los textos
de etología, o de la experiencia diaria con los animales domésticos; por lo
menos moralmente somos comparables, y en algunos casos nos aventajan
claramente. Únicamente la tecnología nos permite poseer un poder sobre el resto
de la Naturaleza, pero, como hemos visto, nuestra confundida inteligencia y
visión de futuro, junto con una buena dosis de egoísmo, nos lleva a utilizar
este poder tecnológico contra la naturaleza y, por lo tanto, contra nosotros
mismos, directa o indirectamente. Desde este punto de vista, la superioridad
tecnológica de la humanidad, salvo que se produzca un cambio radical en su
intención y posterior desarrollo, no es sino la manifestación de nuestra soberana
estupidez.
Desde luego los animales tienen mucho que enseñarnos, como prueban los datos que nos traes. Qué bonita la historia de los ánsares, y he flipado con la dispersión del escarabajo de la patata y al saber cómo las cigüeñas aprovechan para volar por la noche sobre el Sáhara gracias a la intervención humana.
ResponderEliminarDe las invasiones naturales de otras especies que cambian de hábitat poco voy a objetar, pero de las provocadas por los hombres por su estulticia, sí. Estoy de las cotorras que han invadido nuestros parques hasta el último pelo, qué tortura, por favor.
Genial, artículo, muy didáctico porque he aprendido un montón.
Un abrazo.
Hola Kirke. Sí, cuando recogí estos datos yo también me sorprendí. Respecto al problema con las cotorras parece que no aprendemos. Consciente e inconscientemente hemos generado graves problemas ambientales y sociales al expandir especies exóticas por el mundo; por ejemplo los conejos en Australia y Nueva Zelanda.
EliminarUn abrazo.
una maravilla de texto lleno de sensaciones que has escrito y me han llenado de magia en el momento
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario. Me alegra que te haya gustado. Un abrazo.
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