miércoles, 15 de enero de 2020

A PROPÓSITO DEL EGO


Resultaba un grupo de excursionistas un tanto variopinto; tres jóvenes, de menos de treinta años, dos chicas y un chico, y otras cuatro personas que rondarían la cincuentena, todas mujeres, a ellos se añadía una pareja, probablemente un matrimonio de edad más avanzada, aunque no alcanzarían los setenta; quizá recién jubilados. Vestían ropa deportiva de marca y mostraban una feliz vitalidad.
Estaba siendo un domingo concurrido en la Ermita de la Virgen de Montesinos; media mañana de un día agradable de verano, sol, cielo azul, viento fresco de la montaña y un halcón peregrino dominando el aíre con su planeo elegante. En el suelo, verde de hierba y pardo de roca, laboreaban las hormigas y, sobre las manzanillas floridas, pululaban mariposas tan variopintas como los visitantes.
Francisco atendía a ese grupo en la puerta del santuario. Habían concluido la visita y, quizá, algún rezo piadoso. El ermitaño, feliz por las atenciones prestadas a su patrona, estaría en ese momento contándoles leyendas y milagros de la Virgen, o recomendándoles pócimas y ungüentos ancestrales para las dolencias mundanas. Vi que señalaba en mi dirección mientras les daba alguna indicación adicional. No tardaron en acercarse a mi asiento bajo un roble viejo.
—¿Andrés? —Preguntó una de las mujeres de mediana edad.
Asentí con cierta curiosidad dejando a un lado el libro que aparentaba leer.
—Nos ha dicho Francisco que podíamos hablar contigo.
—Sí, claro. Por supuesto. ¿Qué queréis que os diga? Él sabe mucho más que yo sobre este sitio…
—No, no. No es sobre este sitio, de eso ya nos ha contado mucho. Bueno, un poco sí. Le comentamos que en este lugar…, si pudiéramos vivir siempre aquí, como él, sentiríamos mucho más fuerte la espiritualidad y nos resultaría más fácil vencer al ego que nos domina, entonces nos dijo que habláramos contigo, que tú sabías de eso.
Me reí de la picardía de mi anciano amigo. Francisco, tan sabio y tan santo que, como su canonizado tocayo de Asís, conocía a cada animal de su bosque, a cada hierba de este valle y a cada soplo de brisa, situado muy por encima del ego propio y ajeno. ¿Para qué quería entretenerse en memeces modernas con pijos de la Nueva Era? Mejor se hacía pasar por un simple aldeano y endosaba este grupo ¿a quién?, pues a mí, claro.
—¿Y por qué queréis convertir al ego en vuestro enemigo? —Pregunte sabiendo que ofendía a su creencia. —¿Quién os ha dicho que eso es así?
—Pues algunos de los grandes maestros —respondió la mujer con gesto decepcionado pensando, quizás, que yo era un pobre e indocumentado infeliz.
—¿Qué grandes maestros? ¿Buda?, ¿Lao Tse?, ¿Krishna?, ¿Zoroastro? Ningún escrito de estos sabios dicen eso sobre el ego, ni los Sutras budistas, ni los Vedas, ni los Upanishad, ni el Tao Te King. —En este punto me divirtió la sorpresa que se manifestó en el rostro de todo el grupo al comprobar mi erudición—. Solamente los gurús de medio pelo que pululan por occidente insisten en esa idea manipuladora y frustrante. El ego es una cualidad de la Naturaleza; es lo que permite al lobo cazar para vivir y al conejo escapar para seguir vivo, es el instinto de supervivencia que, en los humanos evolucionó hacia lo que llamamos ego. Es lo que mantiene vivo el orden natural porque hace que uno se prefiera a sí mismo antes que al otro. El ego, al igual que comer y beber, sentir hambre y sentir sed son, para esos falsos gurús, funciones orgánicas y, por lo tanto, inferiores. ¿Pero dónde estaría nuestra mente sin haber comido y bebido lo suficiente? Incluso Buda, tras enfermar por su intento de mantenerse con un único grano de arroz al día, estableció que el punto medio es lo recomendable. Ni mucho ni poco, lo suficiente. Y ese punto medio es el recomendable en muchos otros aspectos, el ego es uno de ellos. Igual que, aunque necesitamos comida y bebida, una vez satisfecha la biología no debemos permitir que nuestra vida se quede atascada en el deseo de comer y beber, lo mismo debemos hacer con el ego: comprenderlo, saber que existe y cumple su función, pero no permitir que domine nuestra existencia. Las enfermedades del ego son enfermedades de la mente; en una mente sana el ego se mantiene sano.

Perplejidad, eso es lo que dominaba al grupo. De hecho, una de las mujeres de mediana edad hizo ademán de retirarse, pero el chico joven, para sorpresa de todos los demás, preguntó:
—¿Y por qué, entonces, estos maestros insisten en la maldad del ego, en que debemos superarlo y sentir y obrar desde el Espíritu?
—Suena bonito ¿verdad? Pero hay una razón: Por lo mismo motivo que todos los sacerdotes de religiones institucionalizadas catequizan con premisas similares, porque cuando nos imponen conductas antinaturales, crean frustración, sentimientos de culpa por ser incapaces de conseguir el objetivo sin la ayuda del gurú o el sacerdote. Así el gurú se vuelve imprescindible y se le endiosa como ser superior y guía necesario para alcanzar la liberación. Pero acude a las fuentes de donde supuestamente surge esta filosofía, los libros hinduistas, budistas, taoístas que mencioné antes, incluso a las fuentes cristianas, mesopotámicas o amerindias, sus textos son liberadores, no culpabilizadores, son armoniosos con la naturaleza, la real y la humana, y nunca se oponen a los ciclos de la vida. Después de esos libros originales aparecen los falsos profetas que quieren apropiarse de esa filosofía dogmatizando y tergiversado; y lo malo es que lo han conseguido haciendo que los fieles olvidaran las fuentes y les siguieran a ellos. Insisto: Acudid a las fuentes originales y encontrad la verdad. El ego no es vuestro enemigo.
—¿Quieres decir que la vida espiritual no es superior a la material? —Siguió preguntando el joven.
—¿Y por qué plantear ese conflicto, esa diferencia? Entre las filosofías mencionadas no se establece ninguna dicotomía materia-espíritu. El Budismo y el Hinduísmo, por ejemplo mencionan que existe una sola y única Realidad, pero que nuestra limitación intelectiva y perceptiva nos hace experimentarla de una manera incompleta y, por la tanto inexacta o falsa. Es lo que ellos llaman el mundo de Maya, la ilusión. Para una mente clara y liberada la ilusión desaparece y, entonces, se encuentra viviendo en la auténtica y única Realidad de la que todo forma parte.
—¿Y cómo encaja en esto la idea del Karma y la Reencarnación? —Preguntó otra de las mujeres.
—¿Cuál de todas las ideas de Karma y Reencarnación?
—¿Hay varias?
—¡Huy, sí! Budista, Hinduísta, chamánica, celta, cristiana…
—¿Cristiana también?
—En efecto. Algunos grupos del cristianismo primitivo contemplaban la reencarnación como un hecho indiscutible. Incluso diversos pasajes de la Biblia sugieren esa idea.
Tras un lapso en el que asimilaban mi exposición continué diciendo:
—La idea más extendida sobre la reencarnación en Occidente no procede de ninguna de esas fuentes. Ni siquiera de Platón, que también la menciona. Procede de la Sociedad Teosófica de Blavatsky y Leadbeater, que lo que hacen es tergiversar, dotando de espectacularidad teatral y fantasía, lo que recogieron en Oriente. Sus sucesores como los llamados “metafísicos” de Conny Mendez y gente parecida retorcieron todavía más la idea. Cualquier erudito hindú se reiría de ellos. El problema es que los seguidores de estos grupos tienen una norma: Una vez un acólito de una organización de este tipo me dijo: “Para qué necesito leer los originales si ya me lo cuenta todo mi maestro”, y sólo leen la literatura de la secta.
—¿Y tú crees en la reencarnación? —Preguntó la mujer mayor?
—Primero voy a hablar del karma —respondí—. En Occidente el karma se considera el castigo que hay que pagar por el mal que se ha hecho.
—En parte —intervino la primera mujer de nuevo—. También los premios por las buenas obras.
—Sí, es cierto —continué hablando—. Premio por lo bueno y castigo por lo malo, pero esto no es así.
Se produjeron nuevas expresiones de desconcierto entre mis atónitos oyentes.
—Esta idea sigue procediendo de la Sociedad Teosófica, de Aurobindo, de Ramacharaka… Finalmente los karmas bueno y malo nos atan a la rueda de la reencarnación e impiden la liberación, por lo que hemos de trascender todo karma para alcanzarla.
—Luego sí hay karma bueno y malo —insistió la mujer.

—En la doctrina hinduista del karma hay que tener en cuenta tres conceptos: Liberación, que es el objetivo final; Dharma, que sería el camino, la norma a seguir para alcanzar la liberación, y Karma, que es el mecanismo necesario para mantenernos dentro del camino. Imaginad una carretera con sus cunetas —tomé una pequeña rama caída y dibujé dos líneas paralelas en el suelo—. Esto es el Dharma, el sendero. Al final está la liberación y aquí, en el comienzo, estamos nosotros. Lo ideal sería realizar el camino comenzando bien centrados en la calzada para alcanzar rápidamente el objetivo; pero cuando nos sueltan aquí, al comienzo, nos dejan sin información; no sabemos nada, ni qué hacer ni hacia dónde ir. Estamos en blanco. Nos ponemos en marcha y, lo normal, es que vayamos torcidos y choquemos contra la cuneta, que impide que salgamos del camino. El rebote nos manda otra vez hacia el interior del sendero, pero seguiremos desviados, ahora quizá en sentido opuesto, y chocaremos contra la otra cuneta; nuevo rebote y nueva reacción hacia el interior. El Karma es esa fuerza con la que rebotamos en la cuneta, la que se encarga de mantenernos en el sendero. Su función no es la de castigar o premiar, sino corregir la dirección. Si nos liberamos es gracias al Karma, no a su pesar. ¿Eso no lo cuentan vuestros maestros, verdad?
—¿Entonces crees en la reencarnación? —Volvió a preguntar la anciana.
—No lo sé.
—¿No sabes si crees o no crees?
—Veréis, soy científico y con la ciencia actual no puedo demostrar ni su realidad ni su falsedad. Lo que puedo decir es que me gustaría que fuera cierta. La reencarnación aportaría algo de justicia a la realidad.
—¿En qué sentido aportaría justicia?
—Igualaría las posibilidades y las experiencias en todos los seres. Por ejemplo, en la idea cristiana actual de la vida tras la muerte solo hay dos opciones: El cielo o el infierno, con el purgatorio como paso intermedio hacia el cielo. Si no cometes pecados vas al cielo y si los cometes vas al infierno. Sé que existen la confesión, el arrepentimiento y esas historias, pero esto no evita la creencia dogmática en estos dos finales. La injusticia de ese dogma está en las circunstancias en las que vive cada persona. Si un niño nace en una familia con economía holgada, recibe una buena educación por parte de sus padres, incluyendo la fe, trabaja en la empresa familiar o gracias a su título le contratan de ejecutivo en una multinacional, parece que lo tiene fácil para salvarse e ir al cielo. Puede torcerse, por supuesto, pero Dios, o el destino, le han puesto el cielo al alcance de la mano. Por el contrario, si ese niño nace en una familia marginal, rodeado de drogadictos y delincuentes, sus circunstancias complican mucho las posibilidades de salvación. Puede llegar al cielo, por supuesto, pero a costa de una heroicidad que al de la familia rica no se le exige. Que tu premio eterno o tu castigo eterno dependan de una sola experiencia de vida, independientemente de las circunstancias de esa vida, es injusto. La reencarnación iguala a todos porque nos permite, o nos obliga, a vivir diversas existencias bajo las más variadas circunstancias. Pero, en el fondo, no es algo que me preocupe.
—¿Qué es lo que no te preocupa, que haya o no haya reencarnación? —Volvió a preguntar el joven.
—En efecto. —Respondí.
—¿Y por qué no?
—Mira dónde estamos, bajo este roble viejo que debe llevar aquí varias vidas de las nuestras. Yo estoy sentado junto a su tronco, vosotros de pie y con ansiedad por iros, o por sentaros o por comprobar si puedo enseñaros algo, o por si dejo de decir sandeces que contravienen a vuestras creencias. Pero yo estoy bien. Este roble, ha reverdecido la primavera pasada, está pasando un verano agradable, sus raíces cogen agua fresca del río, el sol le da energía y comienza a producir bellotas. Este roble está bien. No sé si os habéis fijado en un halcón que ha dado varias vueltas sobre nuestras cabezas, o en los ruiseñores y petirrojos que van de árbol en árbol. También están bien. Y todo el barranco en su conjunto, la ladera de la ermita, los farallones de aquí detrás, el río Arandilla saltando a nuestra espalda, la brisa que recorre el valle… Todo esto está bien. El árbol morirá, los pájaros morirán y yo moriré, y todo eso estará bien. ¿Qué necesidad tengo de cambiar lo que está bien? Si hay más allá, la reencarnación me parece justa; y si no lo hay, el ciclo de la vida y de la naturaleza me parece correcto. Y aunque exista un más allá tampoco sé en qué consiste, pero no creo que tenga que ver con invenciones humanas como el cielo y el infierno, dioses personales y supuestos espíritus de luz o demonios que parecen tener una fijación enfermiza por los humanos más que por ellos mismos. No creo que sea así. Si existe un más allá será una experiencia sorprendente. Y si no existe estará bien, como este valle.
—¡Claro! —dijo una de las mujeres jóvenes—. Dices eso porque en este lugar se puede vivir tranquilo y feliz, pero si vivieras donde nosotros igual no pensabas lo mismo…
—¿De dónde venís? —Pregunté.
—De Alcalá de Henares. —Respondió la muchacha.
—¡Ah, sí! Alcalá, bonita ciudad. La última vez que estuve allí acababan de abrir un Starbucks. Buena comida en los restaurantes, buenas tapas en los bares, la Universidad… ¿Qué tiene de malo?
—Las prisas, el tráfico, la contaminación, el paro, la delincuencia…
—Pues parece que sí tienes cosas de las que preocuparte.
—¡Claro! Allí tenemos que vivir preocupados, pero aquí no hace falta…
—¿Estás segura? Mira, fíjate en Francisco. Este bosque está así porque él se preocupa de mantenerlo. Poda, siega, repara la ermita, atiende a los viajeros, a mí mismo me curó un esguince de tobillo hace años. Tiene que pasar un invierno duro de ocho meses, desde mediados de octubre hasta mediados de mayo, con temperaturas de muchos grados bajo cero. Yo he medido hasta veinticinco bajo cero en una ocasión y estar por debajo de diez e incluso de quince bajo cero es muy frecuente. El invierno es muy duro y la temporada de siembra y recolección corta. Si has tenido un mal año lo pagarás en invierno. La electricidad no llega hasta aquí y la calefacción se hace mediante leña que no puedes cortar porque esto es un parque natural y está protegido, y los restos de poda no son suficientes. Puedes comprarla y pagar un remolque de leña, pero ¿os habéis fijado en su ropa? ¿Creéis que esa ropa es de alguien que tiene dinero para gastar en leña? ¡Si hasta se sujeta el pantalón con una cuerda de cáñamo en vez de un cinturón! ¿Podríais vosotros llevar esa vida? Pero fíjate, está feliz, atiende a todos los visitantes, les dedica el tiempo que necesitan, les explica, los entretiene e incluso les cura. Yo he compartido con él pan, torreznos e incluso noches al raso. Y eso es lo que Francisco necesita, darse y compartir su tiempo, porque eso está bien. En las veces que he estado en vuestra ciudad he dado clases, alguna conferencia, he esquivado el tráfico, he respirado humo, he disfrutado de unas cañas con unas buenas tapas e, incluso, me tomé un café prefabricado en ese Starbucks recién abierto. Y todo eso estuvo bien. Lo que hace Francisco, lo que yo aprendí de él, es que tenemos que conseguir que el momento en el que vivimos, cada instante, cada segundo, hagamos lo que tenemos que hacer, y estará bien, indistintamente del resultado, indistintamente de si los alumnos aprovechan mis clases o de si el humo me envenena los pulmones. Hacemos todo con la conciencia de hacer lo correcto y, entonces, el significado de la vida cambia, porque todo está bien.

—¿Y aguantar a ladrones, corruptos, violencia, industrias contaminantes…? ¿Todo eso está bien?
—Francisco afronta las dificultades con las que se encuentra con la conciencia de hacer lo correcto, eso le da un sentido a su vida y por eso su vida está bien. Haz tú lo mismo con tus dificultades. Haz lo correcto y eso hará que todo en tu vida esté bien. Desvincúlate del resultado, eso ya no depende de ti. Si mis alumnos no quieren aprender no depende de mí, si el invierno dura un mes más de lo que aguantan sus reservas no depende de Francisco. Pero si él, tú, yo, hemos hecho lo correcto no tenemos nada que reprocharnos. Así pues, ante tus dificultades actúa, no te quedes de brazos cruzados pues eso no es lo correcto. Haz las cosas bien instante a instante y, en lo que a ti concierne, todo estará bien. Eso es lo que hace Francisco, y el halcón, y el roble, los petirrojos, el río y hasta aquél lagarto ocelado que se ha puesto a tomar el sol en esa roca —dije señalando un lugar al que todos miraron inmediatamente.
—No me convence la idea de hacer las cosas sin pensar en el resultado. Si no te concentras en lo que quieres no lo conseguirás nunca.
—¡Ah, sí! ¡Proyectar! Otra idea fantástica de la Nueva Era. “Concéntrate en lo que quieres, proyecta tus deseos y el Universo conspirará para que lo consigas”. ¿Crees acaso que los aldeanos que malviven en un país en guerra no desean con intensidad que los militares no pasen nunca por sus poblados? ¿No crees que sueñan con que sus hijos no pasen hambre? Y por más que lo deseen con total intensidad los militares arrasan la aldea y mutilan a sus pobladores. ¿Crees que todos los que pasan hambre y miseria es porque están concentrándose intensamente en pasar hambre y miseria? También dicen estos gurús que los problemas, en realidad, son creaciones de nuestra mente; pero fijaos en esos ejemplos de la guerra y el hambre; ¿provocaron esa guerra y esas desgracias los pobres aldeanos?, ¿o les fueron impuestas?. Otro ejemplo; en 1908 un meteorito o un cometa explotó sobre la estepa de Tunguska, en Siberia; afectó a un buen número de personas, a una de ellas la arrojó varios metros por el aire provocándole graves heridas y la bola de fuego mató a una manada de renos y arrasó el bosque en muchos kilómetros a la redonda. ¿Provocaron los habitantes, los renos o el bosque esos problemas?, ¿o les llegaron de fuera? Los problemas no siempre nos los creamos nosotros con nuestros pensamientos, también nos son impuestos por otras personas o por la propia naturaleza, erupciones de volcanes, terremotos… Pero estos falsos gurús nos culpabilizan de la desgracia. Esa es una de las mejores armas de los supuestos maestros para amedrentar a sus seguidores: La culpa del sufrimiento no procede de las mentiras de su credo, ni siquiera de la sociedad o la naturaleza, es del pobre acólito que solo sabe proyectar desgracias y, aunque haya pasado veinte horas de concentración perfecta en el objetivo deseado, un simple segundo de duda lo trastoca todo. ¿Sabéis cuantas personas han entrado en depresión profunda o han desarrollado otro trastorno por culpa de esas manipulaciones de los gurús de la Nueva Era? Mirad, volveré otra vez a la idea del Karma bueno y Karma malo, aunque ya os explique que esto no funciona así, pero incluso alguna idea de la Nueva Era puede servir para explicar este asunto. Los que defienden esa filosofía dicen que el karma, bueno y malo, siempre debe ser compensado y que sólo se puede alcanzar la liberación final cuando no quedan residuos de karma. Por supuesto si morimos con mal karma acumulado tendremos que nacer en una nueva vida en la que deberemos compensar el mal hecho, y si morimos con buen karma en nuestra siguiente vida seremos premiados, pero ambas opciones nos obligan a vivir de nuevo y exponernos a generar más karma y, como afirma el Budismo, a seguir sufriendo. La idea del Budismo es alcanzar la liberación y abandonar definitivamente el sufrimiento que supone esta vida, pero eso no se puede conseguir mientras tengamos que reencarnar para compensar uno u otro karma. Si obramos mal, reencarnamos y si obramos bien también. ¿Cuál es la solución? ¿No obrar? Tampoco porque por omisión podremos hacer igualmente mal o bien, por ejemplo, no ayudar al necesitado, no apagar un incendio… La única opción posible para alcanzar la liberación en el Budismo es la buena acción con desapego, con total indiferencia por el resultado. Es decir, hacer lo correcto en cada momento simplemente porque hay que hacerlo, no esperando una recompensa, ni tan siquiera la liberación final.
—¿Y cómo sabemos qué es lo correcto en cada situación? No es tan fácil.
—Tienes razón. Para ser coherentes, si la teoría de la Reencarnación es cierta tiene un problema serio, nos dejan en este mundo con la mente en blanco, sin tener idea de nada y nos exigen un resultado perfecto. Esto no es justo. Afortunadamente la Reencarnación no tiene por qué ser tan estricta, ni tiene por qué seguir las reglas que los humanos nos hemos inventado para justificarla. Es más, puede que ni siquiera exista. Pero para el conflicto moral que se nos plantea con la premisa de la acción correcta tenemos una salida. Nadie nos puede exigir lo que no se nos ha dado, Si no se nos ha otorgado sabiduría desde el principio no pueden reclamarnos un resultado impecable a la primera. La clave está en la intención correcta, ese es el consuelo al que nos podemos agarrar: Que nuestra intención sea la correcta y que nos desapeguemos del resultado en cualquier caso. Porque lo que sí se nos dio desde el principio, si no sabiduría, fue conciencia. Usad la conciencia para desear actuar correctamente, utilizad lo aprendido como fuente de sabiduría para completar vuestros actos, pero no carguéis con lo que no os corresponde. Vivís un único instante, eso es lo auténticamente real. Lo que ocurra mañana dependerá de un sinfín de interrelaciones y de causalidades sobre las que, por mucho que lo intentéis, no tenéis control ni conocimiento, así que centraros en la intención correcta de cada momento. Como hacen Francisco, el halcón o el lagarto.
Guardé silencio tras esta explicación notando que mis interlocutores se encontraban bastante aturdidos y pensativos. El hombre joven me miró no sé si con curiosidad, con veneración o con temor; finalmente se atrevió a preguntar:
—¿Eres budista?
Sonreí abiertamente, incluso solté una débil carcajada, la pregunta me hizo gracia.
—Sí y no; no tengo una respuesta exacta. Conozco el Budismo, comparto su filosofía en cuanto al sufrimiento y el modo de vencer el sufrimiento, pero no sigo las prácticas budistas, al menos no sigo las prácticas institucionalizadas.
—Y volviendo al asunto del ego, nos habían enseñado que hay que dominar al ego porque es el que nos tiene engañados respecto a la Realidad.

—Veamos, al hablar así parece que separas al ego de la persona, que tú vas por un lado y el ego por otro, como si fuera un demonio que quiere extraviarte, y no es así. El ego es parte de la persona, y una parte importante porque es lo que nos mantiene con vida. Ya comenté antes que es la manifestación humana del instinto de conservación. El problema de la Realidad es indistinto del ego. Nuestra sabiduría es limitada, tenemos un cerebro que es una antena magnífica para captar las señales del universo, pero estas señales deben ser interpretadas por nuestra mente y ahí está el problema, o la ventaja, según se mire. Hablo de problema porque nuestra mente utiliza filtros para interpretar la Realidad de la forma que nos resulte más útil para sobrevivir, por lo que la realidad interpretada siempre es limitada y, por lo tanto incompleta. Pero esta mecánica tiene la inestimable virtud de que nos ha mantenido vivos durante miles de generaciones. No es el ego sólo quien limita la realidad, sino toda la persona. Pero también tenemos inquietud por la sabiduría, la filosofía, el arte, la ciencia, y esta inquietud nos va permitiendo ampliar nuestra idea de la Realidad poco a poco. Cada vez somos más sabios, y eso es para alegrarse.
—¿Pero, para unirse a la Realidad no hay que apartar la mente y experimentar únicamente con el sentimiento?
—¿Os dais cuenta de que cada vez que planteáis una cuestión, estáis diferenciando aspectos como si fueran antagónicos? Mente-sentimiento, ego-persona, Realidad-ilusión… No existen diferencias tan tajantes. La mente no es un problema, como dicen algunos falsos gurús. Siempre que encontréis una doctrina que genere diferencias y provoque enfrentamientos doctrinales, mentales, emocionales o personales, estáis ante una falsa doctrina. La verdad está en lo que une, no en lo que separa. Si, como dije antes, acudís a las fuentes originales de donde surgen estas doctrinas encontraréis que son todas muy racionales. El Budismo es tremendamente racional, el Taoismo también lo es, todas ellas lo son. Están formadas a partir de procesos perfectamente lógicos y comprensibles. El Budismo surge con este pensamiento de Buda: “Yo sufro, quiero dejar de sufrir, ¿qué tengo que hacer para conseguirlo? Voy a investigarlo”. El taoísmo viene a decir: “La Naturaleza es sana y vigorosa porque fluye adaptándose a las circunstancias, Si yo quiero ser sano y vigoroso como la naturaleza tendré que aprender a fluir con ella y como ella”. Son preceptos lógicos y racionales, indiscutiblemente mentales. El sentimiento es importante pero no es antagónico del razonamiento. Los hindúes dicen que hay varios yogas: el Hatha yoga, o yoga físico, el Raja Yoga, o yoga de la acción, el Bhakti Yoga, o yoga de la devoción, y también está el Gnani Yoga, o yoga del conocimiento. Todos son caminos válidos para alcanzar la sabiduría. No hay por qué primar unos sobre otros arbitrariamente, todos son útiles y depende de la preferencia de cada uno seguir una vía u otra o varias al mismo tiempo. Os lo he dicho antes, la verdad está en lo que une, no en lo que separa. Huid de las doctrinas que buscan esa separación, proceden de desaprensivos que quieren generar inseguridades y miedos con el afán de lucrarse o montar una secta. ¡Se han escrito miles de libros con esta basura que son heréticos para las doctrinas originales! Pero venden millones y sus autores sólo piensan en vender más. Libros como El Secreto, Escuela de Milagros o Metafísica cuatro en uno, entre muchos otros, son una máquina de hacer dinero, de ensuciar mentes y de generar desgracias y trastornos en los crédulos lectores. Nada tienen que ver con las fuentes de la espiritualidad ni de la filosofía. Basura patogénica es lo que son.
—¿Pero tú los has leído? —Me preguntó el joven.
—Claro, yo he leído de todo. —Contesté sonriendo.
—¿Qué clase de científico eres?
—Soy físico teórico, trabajo en física de partículas, cuántica…
—¿Y eres filósofo también?
De nuevo no pude evitar reírme.
—Mirad, no me toméis muy en serio. La base de la filosofía es no tomarse nada demasiado en serio, ni a mí, ni a vuestros maestros, ni al mundo ni a vosotros mismos. La clave está en ser curiosos, investigar y no dar nada por definitivo. En Ciencia es como se trabaja, por eso siempre está avanzando. La mente, la sabiduría es igual. Si alguien os comenta que Platón dijo tal cosa, leed a Platón para ver si es cierto. Y si otra persona afirma que una partícula puede aparecer de la nada, estudiad física y comprobad su veracidad. Pero mantened siempre un espíritu crítico. La curiosidad es la fuerza que nos mueve para descubrir la Realidad. No la encerréis en dogmas, sean cuales sean. Los dogmas suponen el asesinato de la curiosidad y de la búsqueda del conocimiento.
No hablamos mucho más. Todo el grupo daba la sensación de haber tenido suficiente metafísica por ese día. Se despidieron y enfilaron el camino río abajo hacia la zona de aparcamiento, entraron en tres coches distintos y se marcharon.
En otros tiempos habría tenido sensaciones dispares, habría pensado que mis palabras les podrían ayudar para avanzar en su deseo de conocimiento aunque, probablemente, esto no ocurriría. Los humanos solemos preferir la rigidez de los dogmas a la inseguridad de lo desconocido. Resulta más cómodo no movernos, sobre todo cuando encontramos una creencia que nos justifica como seres superiores en contra del resto del mundo que nunca están a nuestro nivel evolutivo. Eso crea el comportamiento sectario y los gurús de la Nueva Era se aprovechan de ello. Hablarían sobre mí un tiempo y me olvidarían, porque obligar a una persona a cuestionar las creencias que le hacen sentirse superior no es una práctica recomendable para la supervivencia. Nunca lo ha sido.
Esa creencia en la superioridad de mi fe, de mi creencia, de mi grupo, ha existido siempre, y ha generado guerras, muertes y sufrimiento. Lo sigue haciendo. Hasta ahora, la razón ha perdido casi todas las batallas, porque cada grupo humano, incluso cada persona, opina que el culpable siempre es el otro, el inferior, el malo; porque uno mismo siempre se reconoce con un ser superior e iluminado gracias a lo que aprendió de sus maestros.
Dije que antes hubiera pensado todo esto, pero ahora no. Me da igual el resultado. Yo sembré, eso era lo correcto, lo que había que hacer; algunas semillas cayeron en roca o tierra baldía y se pudrirán pero, quizá, otras cayeron en tierra fértil y germinarán. Ese es el ciclo de la vida, de la naturaleza; ocurre todos los días. Y eso está bien.


A la memoria de Francisco Checa (1922-2014). Un sabio de Cobeta.
Esta historia forma parte de mi nueva novela: Bajo un robe viejo, actualmente en elaboración.

2 comentarios:

  1. Hola, pues hay muchisimos conceptos que no conocia, junto con mucha filosofia, creo que va a ser un libro de lo mas interesante!

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    1. Hola Resi, mil gracias por tu comentario. De verdad espero que el libro de filosofía en forma de novela sea interesante. Seguiré publicando extractos hasta que esté terminado. Un abrazo.

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