Si en otros post hablaba de generalidades medioambientales, ahora hablo de particularidades y, a este
nivel, las críticas que puedo recibir son enormes; sin embargo, es aquí donde
empieza la integración en un sistema natural de funcionamiento orgánico; de
nada sirven las bellas palabras y los grandiosos discursos sociales si cada uno de nosotros,
interiormente, no estamos realmente convencidos para su aplicación de un modo
absolutamente personal. En este sentido, sin embargo, las predisposiciones
particularizadas para la actuación en favor del organismo Gaia chocan
frontalmente con el interés de la comodidad personal; nadie piensa en el
desierto mientras circula a 120 kilómetros por hora en una autopista, sino en
lo pronto que llegará a cenar a su casa, igual que nadie piensa en el efecto
invernadero mientras mantiene la calefacción conectada durante todo el día; en
la casa de una persona así, se cena a determinada hora, y dicha persona cumplirá
fielmente; y la temperatura ambiente de su hogar permanecerá constante en 25°, lo que le
reconfortará cuando llegue a casa tras una invernal jornada de trabajo. Poco
a poco, nuestra comodidad individual tenderá a poseer un depurador atmosférico
instalado en nuestro domicilio para impedir la entrada de la tóxica atmósfera
exterior; o a disponer de un adecuado vehículo ultratecnológico que nos permita desplazarnos a
nuestro centro de trabajo a salvo de las nocivas radiaciones ultravioletas. La
tecnología nos proveerá de comodidad, pero Gaia habrá muerto, y nosotros, o
nuestros hijos, seremos los siguientes en el acta de defunción; pero eso sí,
moriremos cómodos.
Nuestra existencia sólo es posible
dentro de un sistema de funcionamiento orgánico, en el que cada parte mantiene
una permanente interrelación con las demás; no somos superiores a los animales,
aunque dispongamos de rifles para matarlos; y no somos diferentes de las
plantas, aunque poseamos máquinas cosechadoras e invernaderos. Nuestra vida se interelaciona y depende de plantas y animales, de agua y aire, y la composición del agua y el
aire, la existencia de plantes y animales, dependen lo uno de lo otro. Nada
sería como es si no existiera el vecino eslabón de la cadena. Rompamos un
eslabón mediante la emisión de gases de efecto invernadero, la radiación nuclear, los CFCs, las
talas y quemas de los bosques, la extinción de alguna especie, o cualquiera de
los numerosos medios que hemos ideado para hacerlo, y habremos acabado con la
homeostasis planetaria; el aire no volverá a ser lo que es, el agua variará su
temperatura y concentración salina, el suelo se volverá estéril y, si no
disponemos de medios para emigrar a otro planeta, el único eslabón que
permanecerá de la cadena, durante un tiempo limitado, será una humanidad
alimentada de aguas pútridas y carroña[1]. Pero eso
sí, siempre podremos culpar del desastre a los gobernantes, la sociedad, los
científicos o los magnates de la economía; nosotros, particularmente, nunca
tuvimos nada que ver en el desarrollo de tan dramáticos sucesos.

“Necesitamos
ser plenamente conscientes de nuestra ecología, de nuestra interdependencia y
virtual identidad con otras formas de vida que los egocéntricos métodos de
nuestro sistema habitual de pensar nos impiden experimentar como un hecho real.
El llamado mundo físico y el cuerpo humano no son más que un mismo y único
proceso, tan solo diferenciados, por ejemplo, como pueden estarlo los pulmones
del corazón o la cabeza de las extremidades. En los obtusos círculos académicos
hago referencia a este tipo de comprensión llamándola «conciencia ecológica».
En cualquier otra parte la llamaría «conciencia ecológica» o «experiencia
mística».
Esta misma idea, consistente en la
necesidad de adoptar un nuevo sistema de conciencia, también lo encontramos
expresado en la obra del ecólogo Daniel B. Botkin expuesto del siguiente modo[3]:
“Para
resolver nuestros problemas medioambientales se requiere una nueva perspectiva
que va más allá de la ciencia y tiene que ver con la forma en que cada uno
percibe el mundo”.
Sin
embargo, los ojos ciegos y los oídos sordos vuelven a ser, como siempre ha sido
a través de los siglos, la tónica dominante en la sociedad actual. Muestren una
evidencia en forma de agua contaminada, fruta envenenada o animal martirizado,
y no tendrá nada que hacer ante un buen puñado de billetes ingresados en
nuestra cuenta bancaria a final de mes.
Desgracias humanas y desgracias
naturales: hambre y sequía, guerra y exterminio, polución y cáncer; todo se
publica hacia afuera y se olvida por dentro; tal vez, algo parecido pensaba
Cioran cuando dijo: “Los hombres no viven
en ellos sino en otra cosa. Por eso tienen preocupaciones. Y las tienen porque
no sabrían qué hacer si no las tuvieran a cada momento”. Las conversaciones
de bar tratan sobre los desastres económicos o políticos, pero no se asocian
con nuestros propios males, y tiramos la servilleta de papel al suelo contando
con que será otro quien la recoja. Y a otros nos toca recoger los numerosos
desperdicios que nos han depositado en los suelos y en el alma. La consciencia
de la situación, el conocimiento de la esencia planetaria, cósmica, en todo cuanto somos y
nos rodea, se convierte en un doloroso don que nos transforma en guerreros y
nos arroja a una cruel y difícil batalla, en la que debemos salvar a nuestros
propios enemigos.
“¡Oh,
Arjuna! Hay una batalla que ganar antes de que nos sean abiertas las puertas
del cielo. ¡Felices son aquellos guerreros cuya actitud es participar en esa
guerra!”
Bhagavad
Gita.
Hola Jesús!
ResponderEliminarNo hace mucho vinieron a mí casa a ofrecerme una promoción de esos aparatos ecológicos y carísimos que lavan sin detergente, purifican el aire sin tóxicos o limpian sin agua. Me parecieron bastante ecológicos al menos superficialmente. Habría que estudiarlos en profundidad porque al final siempre fallan por algún lado y lo que prometía ser poco o nada contaminante no es tal.
Hoy vivimos la cultura del dinero. Lo hemos visto clarísimo con esta crisis a pesar de tener un gobierno de izquierdas. Lo único importante es producir más y vender mejor. Lo que haya que hacer para conseguirlo es secundario. Al final ni todo el dinero del mundo nos servirá para salvarnos ¿crees que aún estemos a tiempo?
Un saludo.