viernes, 31 de julio de 2020

CONCIENCIA ECOLÓGICA O EXPERIENCIA MÍSTICA


            Si en otros post hablaba de generalidades medioambientales, ahora hablo de particularidades y, a este nivel, las críticas que puedo recibir son enormes; sin embargo, es aquí donde empieza la integración en un sistema natural de funcionamiento orgánico; de nada sirven las bellas palabras y los grandiosos discursos sociales si cada uno de nosotros, interiormente, no estamos realmente convencidos para su aplicación de un modo absolutamente personal. En este sentido, sin embargo, las predisposiciones particularizadas para la actuación en favor del organismo Gaia chocan frontalmente con el interés de la comodidad personal; nadie piensa en el desierto mientras circula a 120 kilómetros por hora en una autopista, sino en lo pronto que llegará a cenar a su casa, igual que nadie piensa en el efecto invernadero mientras mantiene la calefacción conectada durante todo el día; en la casa de una persona así, se cena a determinada hora, y dicha persona cumplirá fielmente; y la temperatura ambiente de su hogar permanecerá constante en 25°, lo que le reconfortará cuando llegue a casa tras una invernal jornada de trabajo. Poco a poco, nuestra comodidad individual tenderá a poseer un depurador atmosférico instalado en nuestro domicilio para impedir la entrada de la tóxica atmósfera exterior; o a disponer de un adecuado vehículo ultratecnológico que nos permita desplazarnos a nuestro centro de trabajo a salvo de las nocivas radiaciones ultravioletas. La tecnología nos proveerá de comodidad, pero Gaia habrá muerto, y nosotros, o nuestros hijos, seremos los siguientes en el acta de defunción; pero eso sí, moriremos cómodos.

            Nuestra existencia sólo es posible dentro de un sistema de funcionamiento orgánico, en el que cada parte mantiene una permanente interrelación con las demás; no somos superiores a los animales, aunque dispongamos de rifles para matarlos; y no somos diferentes de las plantas, aunque poseamos máquinas cosechadoras e invernaderos. Nuestra vida se interelaciona y depende de plantas y animales, de agua y aire, y la composición del agua y el aire, la existencia de plantes y animales, dependen lo uno de lo otro. Nada sería como es si no existiera el vecino eslabón de la cadena. Rompamos un eslabón mediante la emisión de gases de efecto invernadero, la radiación nuclear, los CFCs, las talas y quemas de los bosques, la extinción de alguna especie, o cualquiera de los numerosos medios que hemos ideado para hacerlo, y habremos acabado con la homeostasis planetaria; el aire no volverá a ser lo que es, el agua variará su temperatura y concentración salina, el suelo se volverá estéril y, si no disponemos de medios para emigrar a otro planeta, el único eslabón que permanecerá de la cadena, durante un tiempo limitado, será una humanidad alimentada de aguas pútridas y carroña[1]. Pero eso sí, siempre podremos culpar del desastre a los gobernantes, la sociedad, los científicos o los magnates de la economía; nosotros, particularmente, nunca tuvimos nada que ver en el desarrollo de tan dramáticos sucesos.

            Dejémonos de esta detestable mezquindad y afrontemos los hechos; somos, individualmente, los únicos capaces de determinar nuestro futuro como especie y como organismo; he expuesto algunos de los desmanes cometidos contra la Naturaleza enfocándolos como atentados contra la propia humanidad, pero hemos de realizar un cambio substancial en nuestra psicología para poder afrontar el único modo de solucionar el problema, pues en el fondo, la enfermedad no es del planeta, sino del Hombre; sin embargo, al ser incapaces de reconocer el mal en nosotros mismos, al menos hemos de pensar en la salvación de Gaia, y la nuestra vendrá por añadidura. Una idea que Alan Watts expuso así[2]:

            “Necesitamos ser plenamente conscientes de nuestra ecología, de nuestra interdependencia y virtual identidad con otras formas de vida que los egocéntricos métodos de nuestro sistema habitual de pensar nos impiden experimentar como un hecho real. El llamado mundo físico y el cuerpo humano no son más que un mismo y único proceso, tan solo diferenciados, por ejemplo, como pueden estarlo los pulmones del corazón o la cabeza de las extremidades. En los obtusos círculos académicos hago referencia a este tipo de comprensión llamándola «conciencia ecológica». En cualquier otra parte la llamaría «conciencia ecológica» o «experiencia mística».

            Esta misma idea, consistente en la necesidad de adoptar un nuevo sistema de conciencia, también lo encontramos expresado en la obra del ecólogo Daniel B. Botkin expuesto del siguiente modo[3]:

            “Para resolver nuestros problemas medioambientales se requiere una nueva perspectiva que va más allá de la ciencia y tiene que ver con la forma en que cada uno percibe el mundo”.


            Sin embargo, los ojos ciegos y los oídos sordos vuelven a ser, como siempre ha sido a través de los siglos, la tónica dominante en la sociedad actual. Muestren una evidencia en forma de agua contaminada, fruta envenenada o animal martirizado, y no tendrá nada que hacer ante un buen puñado de billetes ingresados en nuestra cuenta bancaria a final de mes.

            Desgracias humanas y desgracias naturales: hambre y sequía, guerra y exterminio, polución y cáncer; todo se publica hacia afuera y se olvida por dentro; tal vez, algo parecido pensaba Cioran cuando dijo: “Los hombres no viven en ellos sino en otra cosa. Por eso tienen preocupaciones. Y las tienen porque no sabrían qué hacer si no las tuvieran a cada momento”. Las conversaciones de bar tratan sobre los desastres económicos o políticos, pero no se asocian con nuestros propios males, y tiramos la servilleta de papel al suelo contando con que será otro quien la recoja. Y a otros nos toca recoger los numerosos desperdicios que nos han depositado en los suelos y en el alma. La consciencia de la situación, el conocimiento de la esencia planetaria, cósmica, en todo cuanto somos y nos rodea, se convierte en un doloroso don que nos transforma en guerreros y nos arroja a una cruel y difícil batalla, en la que debemos salvar a nuestros propios enemigos.
            “¡Oh, Arjuna! Hay una batalla que ganar antes de que nos sean abiertas las puertas del cielo. ¡Felices son aquellos guerreros cuya actitud es participar en esa guerra!”
                                                               Bhagavad Gita.

    [1] El símil apocalíptico no es una simple broma, ríanse si quieren, pero...
    [2] Allan Watts: "El gran mandala. Ensayos sobre la materialidad". Op. cit.
    [3] Daniel B. Botkin: "Armonías Discordantes" . Op. cit.

1 comentario:

  1. Hola Jesús!
    No hace mucho vinieron a mí casa a ofrecerme una promoción de esos aparatos ecológicos y carísimos que lavan sin detergente, purifican el aire sin tóxicos o limpian sin agua. Me parecieron bastante ecológicos al menos superficialmente. Habría que estudiarlos en profundidad porque al final siempre fallan por algún lado y lo que prometía ser poco o nada contaminante no es tal.

    Hoy vivimos la cultura del dinero. Lo hemos visto clarísimo con esta crisis a pesar de tener un gobierno de izquierdas. Lo único importante es producir más y vender mejor. Lo que haya que hacer para conseguirlo es secundario. Al final ni todo el dinero del mundo nos servirá para salvarnos ¿crees que aún estemos a tiempo?
    Un saludo.

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